16 de agosto de 2011

Vestigios de un retorno

Me sucede cada vez que, diariamente, desde la ventana del trabajo veo esos aviones con las puntas de las alas para arriba, el recuerdo es inevitable. Me invade la reminiscencia del que fue, sin duda, el mejor viaje de mi vida.

Me veo tranquila en mi impaciencia. Con sentimientos tan encontrados como destinos cruzados. El retorno de lo irretornable, a una vida nueva, a lo mismo de siempre.

Me observo sentada del lado de la ventanilla (y pensar que me daba pánico subir) mirando la ciudad con el asombro que un niño observa algo por primera vez. Y si, jamás la había ni siquiera podido imaginar desde tan alto. Parece una maqueta llena de hormiguitas corriendo. Yo soy una mas, lo sé, pero acá abajo no se toma conciencia de las proporciones. El cielo tiene mucho para enseñar, cuando uno toma distancia es siempre más objetivo.

Cuando uno vuelve del centro mismo de la Pachamama ya nada es igual.

Recuerdo casi intactas las sensaciones que me habitaron en ese retorno.

Era 1 de febrero de 2011 y el vuelo llegaba atrasado. Creo que yo también.

Por elección, y por la altura de Yavi, mi celular había permanecido apagado días.

Solo me comunicaba con mamá.

Su fantasma me perseguía en alguna sombra, él, otra vez él con sus dudas, su inseguridad y su falta de decisión constante. Esa vez me había herido profundo, lo cual sumado a la distancia y contexto fue prácticamente; insoportable. No quise volver, por mil razones. No quería verlo tampoco. No necesitaba más sus excusas miserables, su miedo a todo, su aroma a nada…pero tuve que hacerlo. Embarque en Jujuy sin escalas en el corazón, me entregue al destino en todos los sentidos posibles.

Siempre fui igual, entre nubes y sueños, sin bordes ni límites transcurrió mi vida. De aciertos y desaciertos están hechos los viajes y vuelos que elijo o me eligen.

El avión se acercaba velozmente a la ciudad, todo era cada vez más grande, parecíamos rozar las casas, tenía el corazón en la boca como dice el dicho popular, hasta que doblo vertiginosamente sobre el Río de la Plata. Pensé que nos hundíamos, así, sin anestesia. Como suele ser el amor que no pide permiso. El río era una solución posible, pensó risueño mi lado perverso pero salimos ilesos, no fue más que un susto, después de todo era mi primera vez toda una novata aérea. Siempre volé sin estructura, pero esta vez era diferente. Muy diferente. La azafata anunciando el cinturón de seguridad, las fotos, el atardecer, las ruedas chispeando contra el piso generando esa sensación de tranquilidad y a la vez de cierta densidad terrestre. Así es el ser humano, un ser contradictorio e inconformista. Buenos Aires otra vez, hola vida, hola ciudad. Una sensación de asfixia gris me dejaba incolora frente al mundo en medio de la pista…pero lo peor, no paso.

No, no quería verlo, ni escucharlo. Esa vez me había puesto firme (y eso que aun no imaginaba jamás el desenlace final de tantas vueltas inconclusas). Tal vez no quería ver a nadie o solo a mi misma dentro de esa locura de cemento que me recibía. No lo sé, un cocktell de sentimientos me invadía sin permiso a cada instante. Todo era nuevo y repetido, inconcluso y sin sentido. Yo aún no había regresado de allá.

Lo que vino es otra historia. El hecho es que aun recuerdo sobre mi piel y en mis pupilas el sagrado y cruel peregrinaje desde el punto norte del país hasta acá, pasando por el cielo y el infierno. Después de todo somos eso, nada y uno. Hoy miro ese avión y mi vida es otra. ¡Hasta tengo dos corazones!. Si, soy la misma con más cielo e infierno que nunca, con más alas y vuelo, con más motivos y razones.

Pero todo cambio, como pasa en un vuelo, en horas uno esta en otra punta de país, en otro espacio del mundo. Se diluye el tiempo, el espacio, es un momento tan onírico e irreal que cuesta racionalizarlo. Considero que el secreto es adaptarse, entregarse y volar. Confiar en el comandante, que sin dudas, pilotea la nave del destino con una sutileza apasionante.

Por eso perdí el miedo a volar. Lo único que me da miedo es no vivir y por suerte, si algo me sobra es vida.

N.P.S

16/08/11

La eternidad de lo inmutable

Que viaje tan increíble realice, que privilegiada me siento ante tanta inmensidad vivida.

Un sueño hecho realidad, que hace años me debía y que la vida postergo.

Y así de sabia fue que supo indicarme el momento justo para poder transitarlo de la manera que lo transite interiormente, regalándome además de todo un Alma de luz como la que allí conocí, amigus.

Y lo más hermoso es que supero incluso al mismo sueño. Algo me llevo más allá de lo que siempre pude imaginar y fue tan real que aun me parece un sueño.

Atesoro, en un espacio de mi corazón muy especial, ese viaje que no tiene retorno.

Y hoy, siete meses después, miro las fotos y un manojo de recuerdos me llena de colores el corazón. Algo en medio del pecho crece, una congoja se avecina en mi garganta: es la emoción en su máxima expresión. Si hubo algo continuo en este viaje fue la sensibilidad, en todos sus planos existenciales ¡La emoción a flor de piel!

Cuando vuelvo a observar cada foto siento el calor de su pueblo, el aroma de sus comidas, su gente, la voz de los niños, la energía de sus costumbres. Hay tantas historias, anécdotas, sensaciones y maravillas que vibran en mi interior cada cual con su particularidad y permanecen allí, intactas. Como si el tiempo no hubiera pasado para ellas, como si algo sagrado permaneciera inalterable. Debe ser porque lo viví siempre más con el corazón que con la cabeza, no fui racional, actué con locura y pasión.

Las fotografías, acompañadas de alguna canción norteña, tienen la particularidad de trasladarme a esa atmósfera tan particular que viví durante esta fantástica aventura.

Si, el viaje duro dieciete días creo, pero siempre sentí que fueron meses…los días eran eternos, las experiencias incontables y el aprendizaje, sublime. El asombro ante lo nuevo, la curiosidad y la valentía de animarse a todo no tiene comparación. Aun cuando el cuerpo decía basta, aun cuando parecía imposible, aun cuando era una locura…igual lo hice, porque ya entendía que la vida es una y que valdría la pena. Y así fue.

Hoy me siento orgullosa cuando veo estas fotos, por haberme animado a vivir una experiencia tan enriquecedora, por habérmelo permitido y regalado.

Siempre este viaje será el recuerdo más vivo de la vida misma, de la voluntad del instinto y de que los Ángeles existen, también. Supe desde que lo empecé a planear con Angie hace como cuatro años, que habría un antes y un después; sin duda así lo fue.

Cambio el medio, cambio el tiempo, cambiaron los compañeros, pero yo era la misma. Eso fue fundamental para no perderme y encontrarme y reencontrarme en cada espacio de tierra sagrada que iba pisando. Y así fui re-descubriéndome bajo la tierra y en lo más alto del cielo, también.

Las palabras son huecas ante las sensaciones que recorren cada célula de mi cuerpo cuando cierro los ojos y casi veo el Cerro de los Siete Colores a mí alrededor o siento el olor a sal de Jujuy y escucho esos charangos y una cholita diciéndome “ahicito nomás”.

Hay cosas que no pueden expresarse con palabras, ni con silencios. Tal vez por medio de la música, por medio de las lágrimas o el idioma del corazón ese que nos hermana; pueda transmitir algo de lo vivido. Lo más importante es lo que ha quedado, que nadie quita lo transitado y que hay una hermana testigo y cómplice, de todo esto que tanto me cuesta plasmar. Con ella si, los silencios hablan y basta con ver una foto o escuchar una canción para saber donde estamos paradas internamente.

Un racimo de memorias, una catarata de sensaciones, un árbol maduro.

Así me siento cuando me reencuentro con la experiencia.

Agradecida infinitamente a la Pachamama y a su gente.

Todo el mundo te explica como ir hasta el Norte, pero nadie da instrucciones de cómo volver. Se tarda meses hasta regresar integro y nunca más en la vida, uno puede olvidarse de una experiencia tan única.

Cuando el Norte Argentino entra en la piel, es una chispa en el corazón, un acorde único en la sinfonía del Alma.

Imborrable.

N.P.S

12/08/11