30 de marzo de 2014

Dios, el insignificante


¡Dios mío! – exclamo él.
Yo reí, cómplice, desnuda.
Pensaba en esto de que “Dios” aparece en momentos extremos, ya sea en el polo del placer o en el polo de la angustia, él esta ahí. Quiero decir, en momentos donde no media la razón, donde el impulso comanda y las palabras son balas o plumas.

Sale disparado de nuestra boca tras una ola de mariposas, salta desde la punta de nuestra lengua hacia el abismo, casi instintivamente…sucede.
A lo mejor sea cultural, si, la cuestión que siempre aparece filtrándose en el lenguaje.
Susurrando, a veces, lleno de ira, otras tantas.
Invocar a Dios en situaciones que resultan extremas para la mente, para la psiquis, esto es lo que me convoca.
Ahí, donde no hay palabra, donde el lenguaje no llega, donde el suspiro, la caricia, la profundidad de una mirada, habla.
Ahí, donde no hay significante aparece Dios, exclamando, maldiciendo, justificando, completando lo indecible, esos puntos suspensivos que nos ahogan.
En el momento del orgasmo, en el momento de la muerte, que es casi lo mismo.
En el asombro ante las maravillas de este mundo y ante el espanto más profundo, también aparece Dios, como si fuera creador o destructor de lo que estamos observando.

En el amor, en el odio, en lo terreno y en lo divino; ante la falta de palabra lo evocamos, casi como si fuera un llamado o más bien, una ofrenda o un agradecimiento, incluso.

¡Dios mío! decimos y yo pregunto ¿Es nuestro? ¿No éramos nosotros de él? ¿No es lo mismo acaso? Será el Dios personal de cada cual, probablemente hasta los ateos lo nombren, incluso cuando acotan “Gracias a Dios, soy ateo”.
Fallidos y lapsus, llenos de Dios, de Dioses, de pronombres posesivos. El inconciente debe rebozar de Dios.
Nuestro Dios, ese Dios interior que pronuncia el placer, que exclama la furia de lo injusticia, que se debate entre la luz y la oscuridad.

El significante que no tiene inscripción en el inconciente
¡Dios mío si las palabras pudieran delimitarte!

N.P.S

28-03-2014

20 de marzo de 2014

Florecer a la vida


"El romanticismo es la misma flor con la que te velaran" 
Gustavo Cordera 
No me gusta recibir flores. 
Quiero decir, AMO las flores, pero el ramo de flores me huele a muerte. 
Las flores confían, siempre confían. Nacen en medio del barro, encuentran la forma de adaptarse y sobrevivir, representan la vida. 
Son la vida.
Buscan al sol desesperadamente, trepan, escaban, encuentran recovecos en el cemento, en la montaña, en la pared, en el agua, donde sea. Es fascinante la voluntad del instinto, la fuerza de la vida. La flor en si conquista, es musa por naturaleza, sus colores, su textura, los aromas, la belleza que inspiran es casi sagrada. 
Pero el ramo de flores es otra cosa...es la vida arrancada, la inocencia deshojada.
Es la flor sin su tierra, es la rama en el aire, despojada de toda vida. 
Uno las corta o más bien, las compra cortadas y lo que arranca básicamente es la energía vital…quiero decir; la vida misma.  Eso, que las impulsa hasta el sol y las vuelve bellas, rebeldes, libres.
Y después uno las regala, para decorar, para un cumpleaños, un aniversario, como un gesto simbólico y también, se las ofrenda a los muertos, para decorar, como llevando algo “vivo” y alegre a esos lugares tan cargados de ausencia.
La flor secándose en el florero, tiene olor a muerte... 

Nady - me dijo él - las flores aparecen en dos grandes escenas fundamentales de la vida; 
el amor y la muerte. 
Yo sonreí, cómplice, tímida. No lo había pensado de ese modo. 
Y él, siempre tan atento y lucido, estaba en lo cierto. Capta mi inconciente al vuelo.

¿Hasta donde el amor y la muerte no son lo mismo? Digo, ambas caras de una moneda. 
¿Hay amor en la muerte, hay muerte en el amor? ¿Por que uno regala flores a quien ama y también a quien ha muerto? ¡Por que lo ama, si ya lo sé!  Ambos escenarios tienen mucho en común y mucho de opuesto ¿Complementario? es llamativo. El amor y la muerte bailan un tango desenfrenado, pasional, cargado de simbolismos y años de historia.

Estos últimos tiempos la muerte me convoco desde enfrente de casa, desde abajo, al lado, en la tele. En la obra de teatro, en mis recuerdos, en su piel, en su mirada.
Por todos lados, la muerte.
Y entiendo que todo eso, solo viene a reafirmar una cosa; la vida. 
Las flores son la vida.
…amo las flores, pero las quiero vivas, creciendo, buscando el sol desesperadamente como su fuente de energía vital, como un amor platónico, romántico. Las quiero húmedas, coloridas, no resecas y anacrónicas. El olor a flor seca, es olor a cementerio y no es que tenga una mala relación con la muerte, pero digamos que me resulta más amigable respirar la vida, conectarme con la energía que fluye., si total el resto es inevitable!
Si, claro…la vida también me estuvo convocando por todos lados “últimamente”, por eso pienso ¿Hasta donde los opuestos, los polos, la bendita dialéctica?
Creo que realmente estoy comenzando a vivenciar la unidad, el trascender los conceptos y las polaridades: la cuarta dimensión, una forma nueva de moverme en el mundo, una lectura diferente de todo y de todos, un aprendizaje revolucionario donde las posibilidades son infinitas, donde no hay vida o muerte, donde no hay polos opuestos.
Aun así mi mente se resiste a los nuevos paradigmas y formas, y lucha desesperadamente por no morir. Ya lo decía él “el ego se retuerce, hasta morir”. Por ahí transito.

Yo comprendo que morir, es la única forma de poder nacer.
Por eso me entrego al proceso de renacimiento...

Que así sea!

N.P.S

20-03-2014

Remito a este escrito de noviembre de 2010, donde trato el mismo tema de las flores y la muerte:
http://silenciospublicos.blogspot.com.ar/2010/11/regalame-vida.html


16 de marzo de 2014

Lo que fluye no muere

Ciclos de amor y muerte, eso resume la existencia.
Toda la vida, orgánica e inorgánica, mantiene este ritmo.
Se equilibra por instinto o por naturaleza; yo diría que eso es sabiduría, la verdadera sabiduría.
Todo es parte de un plan tan perfecto, que cuando logramos acallar la mente pequeña y captar la esencia de la vida, el asombro y la emoción son tan profundos que resultan intransmisibles.
Es una experiencia vivencial.  
Todo fluye incesantemente como el rio, que nunca es el mismo y se adapta, pese a los obstáculos del camino, sigue su curso sin límite.  Eso también esta inscripto en su naturaleza.
Es el agua, receptiva, madre, que dócil y sabia de adapta al recipiente que la contiene.
Nosotros también somos agua, polvo estelar, materia.
Todo vibra, todo se mueve, fluye y renace, ciclos de amor y muerte.
Nuestras células, nuestras neuronas, nuestra energía, todo el tiempo mueren y nacen, nunca somos los mismos, no por ignorar dejan de suceder las cosas.
Y así la vida puja, siempre puja por nacer con una fuerza que me conmueve.
Mujer, la vida, gestadora de Almas, Madre, puja como una loba con una única certeza; dar vida
es decir, dar a luz ¡Que expresión tan apropiada!
Las flores…las flores nacen aun en medio del barro o de la sequía, brotan, crecen, buscan desesperadamente al sol, aman la vida.
Los animales, las personas, la humanidad…la pulsión de vida es arrasadora, inagotable, infinita en todas sus formas.
La vida es amor, el amor es la vida.
Cada vez que una nueva alma llega al mundo, reencarna, elije volver a transitar la experiencia de la materia, tengo entonces la sensación de que la vida sigue confiando.
¡No duda!
Cuando veo a un recién nacido en ese estado sutil y etéreo con un pie en cada mundo, comprendo que el ciclo es inagotable y que el Dios amor, confía en nosotros. En que este bendito planeta es nuestra Madre Tierra, en que hay lugar para evolucionar y revolucionar, ciclo tras ciclo. 
Ese pequeño portal de Almas, el umbral de la vida y la muerte, es tan sutil y a la vez tan poderoso.
Tan poderoso.
He estado parada allí, más de una vez. Vi la muerte y di la vida.
Es impresionante, en ese momento de lucidez uno comprende todo, después se olvida.
Solo hay que recordar, ese es el secreto, recordar.
Y esa es la certeza; la fuerza del amor, el poder más grande de este universo.
Amar o morir, el amor es el alma de todo.
Últimamente lo siento como una energía eléctrica que me recorre el cuerpo y fluye por mis manos, por mis ojos, en el encuentro con otros…desde el ser, desde el arte, desde la conexión interna que me une con el todo.
Es como si todo me hablase de lo mismo, desde un lenguaje que no tiene palabras, que es todo energía y sonrío cómplice, delirante, tomando de la mano a la vida para ir a jugar.
Apego a la vida, esa es mi fuerza.
Es una fuerza centrípeta, que por momentos me marea y me arroja alto, muy alto.
Me aleja de la muerte o de la idea de llegar a desaparecer, de dejar de fluir.
Ese concepto que la mente no logra captar en su totalidad, ni inscribir en ninguna parte
porque escapa a toda posible forma de racionalización humana.
Entonces, siento desaparecer de esta realidad, me vuelvo invisible en este plano
y soy real en otros, lo sé, no es un delirio mío lo he comprobado.
Me habitan energías que no puedo extender en palabras.
Roto yo en mi propio eje, gira el mundo y gira mi mundo dentro de esos otros mundos.
A veces hay tantos mundos como realidades uno puede imaginar.
Me mareo, pierdo la conciencia de quien soy y dejo de ser alguien, para ser nadie.
Es tan magnifico ese momento en que no estamos en ninguna parte pero aún conservamos la lucidez del presente, estamos conscientes, conectados a la fuente.
Ahí, hay un instante ahí, donde paso a ser todos.
La experiencia de la unidad solo se asemeja a la experiencia del orgasmo. No se me ocurre otra forma de describir la sensación.
Dudo si estoy despierta o dormida
¿Despierta o dormida donde o para quién?
Abandonos los sentidos, se acalla la mente, no sé en cuantos mundos paralelos existo a la vez
pero sé que existo, en cada uno de esos mundos y realidades.
La vida me atraviesa como un rayo de luz que me fusiona
a todo lo que vive, vibra y fluye.
Ciclos de amor y muerte, eso resume la existencia.

N.P.S

16-03-2014


6 de marzo de 2014

Tengo diez minutos


Tengo diez minutos y diez mil cosas que hacer.
Me siento a escribir, apurada, ansiosa, como se vive.
Como a veces, vivo.
Las palabras no llegan, un mar de sensaciones, emociones
y cosas que no puedo nombrar, me revuelve por dentro.
Me despeinan, me dejan sin aire.
Escucho a mis pacientes, atenta, los miro a los ojos.
Me escucho, lo escucho y a ella también, observo.
¿Por qué todo es tan complejo y delicado?
La fragilidad del ser humano, de esta cáscara que nos envuelve,
me preocupa, me interpela.
Si somos amor en esencia, si esa es nuestra naturaleza
¿Como puede ser que “todolodemas” logre sepultar lo que realmente somos?

Escucho mis palabras, las repienso, me escucho desde todos los lugares posibles, o que al menos, conozco.
Ese observador interno, que mira con distancia y escucha con objetividad, escucha al mundo, el ruido del mundo moviéndose y a la vez, escuchando también…por momentos es bastante enloquecedor. El ruido mental, me repite el siempre, el famoso ruido mental.

Las relaciones humanas parecen ser complejas, siempre.
Ruidosas.
¿Será así o es parte de algo cultural, de un hábito aprendido o adquirido?
Evolucionamos, revolucionamos, al amor, a la muerte, a nosotros mismos, al mundo, al arte, hasta a Dios y sin embargo…hay días en que el mundo parece no girar, en que las personas están tristes, apagadas, grises. Se respira tensión, quietud, hay algo que no se mueve. Son días en que resulta imposible comunicarse desde la esencia, no hay conexión, todo parece estático, inmóvil, frío.
No podemos siquiera, mirarnos a los ojos…siquiera, ese bendito milagro.
Ocultamos nuestra alma por miedo, es el miedo el mayor enemigo del amor.
El odio y la indiferencia son energías también, pero el miedo arrasa con todo.

Lo veo en mis pacientes, lo veo en ella, lo veo en el, lo veo en mi y lo veo en mi propio hijo de solo dos años. El miedo, paraliza, condiciona, oscurece. Crece como las raíces de un árbol y va tomándonos sigilosamente, casi sin que nos demos cuenta.

Me siento a escribir, apurada, ansiosa, porque no se donde quedaron mis espacios, mis encuentros con el mate y los libros, mis noches de café, sahumerios y una pila de escritos y libros que suspiraban, mirándome. Que suspiraban…

Termino de escribir, menos apurada, no han pasado ni diez minutos.
Es hora de ser madre, siempre es hora. El desafío es conectarme con mi esencia, con LA fuente y poder disfrutar desde ahí, aprendiendo, es decir recordando, que el tiempo es solo mental.

Que así sea.

N.P.S

06-03-14