14 de marzo de 2011

La liviandad de lo eterno

Intento transitar más liviana, depurar los espacios.

Es un llamado interno que no puedo desoír, me ensordece el silencio.

Limpiar los rincones del corazón, las esquinas mentales, los lugares más recónditos a los que uno evita llegar, esquivando el inminente gusto salado en los labios.

No esta mal llorar por lo que se fue, sobre todo cuando se trata de alguien a quien uno ama tanto. Principalmente cuando no se entiende o uno no sabe como vivir a pesar de.

Nadie me enseño a vivir sin ella y a veces aun me cuesta respirar.

Pero la vida se reacomoda y sigue, no podemos pretender frenar lo inevitable.

Hay que fluir si el río camina o ahogarnos intentando nadar contra la corriente.

Hoy abrí el baúl de los recuerdos y al destrabar la llave se abrieron miles de realidades múltiples. Una brisa fresca de abrazos me impregno y también la soledad de la ausencia. Una atmósfera familiar me habita. Un haz de lucidez me conmueve…

Pienso, siento, intento escribir.

Que compleja tarea es el desapego y cuantos desafió duros me ha tocado atravesar, tomar conciencia de la propia existencia e historia, es abrumador.

Ilumina y oscurece, imparcialmente.

Y a pesar de todo, y por todo, estoy viva.

Estoy aquí, sentada en medio de mi habitación rodeada de recuerdos, de baúles abiertos, de cajas, cajitas, cartas, fotografías, olores de la infancia, dibujos y hasta muñecos que me miran de reojo, recordando el inevitable paso del tiempo que nos toma de sorpresa.

Duele soltar, desprenderse, pero vale la pena hacer el esfuerzo cuando lo pide el Alma.

Que importante es renovar la energía, hacer espacio para lo nuevo y hasta para lo impredecible. Desprenderse de lo innecesario, aunque tenga un valor sentimental que nos conmueva produciéndonos un nudo de nostalgia en el pecho…igual hay que largarlo. Es necesario hacerlo.

Si al final de acá no nos llevamos más que la experiencia y el amor, lo material es totalmente absurdo, no viaja hacia ninguna parte.

Se desvanece en la tierra, no tiene alas.

Sin embargo, me aferro a algunas cosas que simbolizan una etapa de mi infancia, de mi adolescencia o de alguien importante que dejo huellas indelebles.

Cuesta soltar esas cosas que me traen el aroma de la infancia y una sensación de enorme felicidad junto al recuerdo. Es como si uno quisiera atesorar todo eso en una caja, como si la vida cabiese ahí adentro.

Charly dice que cuando el mundo tira para abajo es mejor no estar atado a nada, y cuanta razón tiene. Mientras más liviano anda uno, menos se hunde y con mayor volatilidad se eleva. Esto no quiere decir que sea una tarea sencilla, yo creo que lleva años o mejor dicho, vidas. Pero empezar siempre es el primer paso.

Recapitulando: cuando digo soltar y desapegarse, hablo de algo tan minúsculo como el corte del pelo al cual me decidí, luego de un largo proceso interno en el que fui madurando la idea. Esa sensación de perder algo es ridícula, como si el pelo no fuera a crecer, como si los cambios no fueran a veces repentinos y sin permiso ¿Acaso la vida o la muerte los piden? Por eso me anime, enfrentándome a mis propios fantasmas y deje caer en cada mechón una historia, una etapa, un centímetro más de desapego a algo propio que siempre cuide tanto. Como cuando uno toma un rico café despacio, para que no se termine. Parece que el ser humano tiene miedo a los finales ¿A quien le gustan las despedidas? Pero la vida nos enseña que todo es un devenir constante y dinámico de cambios de escenarios y energías. Hay que fluir con el Universo confiando en las causalidades de las circunstancias.

No sirve guardar, acumular, archivar. Eso es energía estancada, hay que renovar.

Por eso ahora, miro ya sin nostalgia y con una sensación liberadora, la puerta de casa repleta de bolsas, de cosas viejas, de papeles, muñecos, ropa, adornos y objetos de los cuales era necesario deshacerme porque solo juntaban polvo y me ataban a situaciones del pasado. Separe juguetes, zapatos y ropa para donar; eso genera una linda sensación de que no todo se pierde, sino que se transforma y puede abrigar o divertir a algunos niños que viven en el mismo mundo que yo, pero en realidades muy diferentes.

Ha quedado más de medio placard vacío, ese vacío que nos congela los pies.

¿Y ahora que? Tengo tanto con que llenarlo y sin embargo lo dejo así, vacío, sin nada

(y tan lleno de cosas que mis ojos dibujan en el aire.)

La vida traerá nuevas experiencias y seguramente, nuevos objetos y recuerdos que acumular.

O no.

Tal vez sea hora de comprender que lo esencial es invisible a los ojos, de verdad, y que necesitamos muy pocas cosas para vivir y ser felices.

“…No llevaré más nada, aliviando mis alas
sólo algunos recuerdos, que no me impidan soñar.”

Alejandro Lerner, permiso de volar.

N.P.S

12/03/11

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