El silencio de la
maternidad es sagrado.
Es un aura donde
habita la energía sutil de los que han llegado.
Una energía fuera de
todo tiempo y espacio, tan propia y especial como intransferible.
En esos momentos
donde se hace presente, parece que el mundo se detuviese y que el vaivén del arrullo
contuviese la vida, toda.
Ese silencio que se
produce en el momento justo que el bebé sale del vientre materno al mundo, ese
instante sagrado donde TODO el ruido del mundo cesa…y como en cámara lenta se
suceden imágenes y las sensaciones, la
vida ha cambiado para siempre. Un para siempre real, un silencio que se
eterniza en nuestra piel anuncia la llegada de otra Alma a este lado del umbral.
No existe experiencia más intensa y personal, que ESE propio silencio en el que
danzan madre e hijo encantados por el mismo hechizo.
Es ese silencio con
el cual acunamos a nuestras crías mientras los observamos enamoradas y
maravilladas el milagro de la vida, tan perfecto y único como ese ser humano
que acurrucado entre nuestra piel, descansa y sueña.
Es ese silencio con
el cual los bebes maman la leche materna, ese que desborda en sus ojos (esa puerta hacia el infinito). Ese
mismo silencio que acompaña el placer del mamar, del fluir de la leche, de la energía más grande que habita en
nuestros corazones: el verdadero Amor incondicional.
Ese mismo silencio
es el que se produjo ayer en el grupo de crianza después de que cinco madres abramos
los corazones de par en par para compartir la experiencia atravesadora y
reveladora que es la maternidad, entre lágrimas, abrazos y risas. Ese silencio
que no hizo falta explicar y que estaba poblado de palabras tan intensas. Ese silencio
que también gestamos y parimos.
Como el silencio
previo a que la madre de Salvia grite su nombre para enraizar el Alma de su
hijita en ese pequeño cuerpo que no lograba respirar, ese silencio que entre
lagrima y lagrima me habito ayer y hablo de las heridas que me cuesta nombrar,
ese silencio en la boca temblorosa de Ana cuando nos escucha, en las manos de
Mara cuando nos convida un mate, en la sonrisa empática de Juliana, en el poder
de los ojos de Lisette…
Ese mismo silencio cómplice
que observamos las mamas en el brillo de los ojos de nuestros bebes y en sus
sonrisas, esa fuerza que nos impulsa a seguir día a día con la certeza de que
estamos criando a un ser humano feliz y sano, en libertad.
Ese silencio que me recorrió
hasta los pies cuando Lisette emocionada, abrazada a su cachorro, nos conto el
gran proceso de sanación que implico
e implica el ser mamá. En ese momento algo se unió, encajo, despertó. Un proceso
de sanación que dura años, porque no tengo dudas que los hijos son nuestros
grandes Maestros. Si la vida es un parpadeo y tenemos la bendición de dar vida y
ser parte de este proceso mutuo de crecimiento ¿Qué más pedir? Su silencio me conmovió
y habito durante horas.
Ese silencio que
ahora mismo recorre mi garganta para hacerse agua en mis ojos y recorrerme
hasta los pies.
Es el silencio el
que mejor habla y nos describe. Es el silencio lo que acompaña la maternidad en
los momentos más dulces, como en los más duros, en los momentos de compañía y
sobre todo en los grandes momentos de soledad.
Ese silencio con el
que acariciamos la panza imaginando como será nuestro cachorro.
Como cuando observo
a Nehuén cada noche y descubro, dentro de mi propio silencio, que nunca lo había
imaginado tan hermoso, tan sabio y tan intenso como es.
N.P.S
16-08-12