16 de agosto de 2012

Gestar el silencio



El silencio de la maternidad es sagrado.
Es un aura donde habita la energía sutil de los que han llegado.
Una energía fuera de todo tiempo y espacio, tan propia y especial como intransferible.
En esos momentos donde se hace presente, parece que el mundo se detuviese y que el vaivén del arrullo contuviese  la vida, toda.
Ese silencio que se produce en el momento justo que el bebé sale del vientre materno al mundo, ese instante sagrado donde TODO el ruido del mundo cesa…y como en cámara lenta se suceden  imágenes y las sensaciones, la vida ha cambiado para siempre. Un para siempre real, un silencio que se eterniza en nuestra piel anuncia la llegada de otra Alma a este lado del umbral. No existe experiencia más intensa y personal, que ESE propio silencio en el que danzan madre e hijo encantados por el mismo hechizo.  
Es ese silencio con el cual acunamos a nuestras crías mientras los observamos enamoradas y maravilladas el milagro de la vida, tan perfecto y único como ese ser humano que acurrucado entre nuestra piel, descansa y sueña.
Es ese silencio con el cual los bebes maman la leche materna, ese que desborda en sus ojos (esa puerta hacia el infinito). Ese mismo silencio que acompaña el placer del mamar, del fluir de la leche,  de la energía más grande que habita en nuestros corazones: el verdadero Amor incondicional.

Ese mismo silencio es el que se produjo ayer en el grupo de crianza después de que cinco madres abramos los corazones de par en par para compartir la experiencia atravesadora y reveladora que es la maternidad, entre lágrimas, abrazos y risas. Ese silencio que no hizo falta explicar y que estaba poblado de palabras tan intensas. Ese silencio que también gestamos y parimos.
Como el silencio previo a que la madre de Salvia grite su nombre para enraizar el Alma de su hijita en ese pequeño cuerpo que no lograba respirar, ese silencio que entre lagrima y lagrima me habito ayer y hablo de las heridas que me cuesta nombrar, ese silencio en la boca temblorosa de Ana cuando nos escucha, en las manos de Mara cuando nos convida un mate, en la sonrisa empática de Juliana, en el poder de los ojos de Lisette…
Ese mismo silencio cómplice que observamos las mamas en el brillo de los ojos de nuestros bebes y en sus sonrisas, esa fuerza que nos impulsa a seguir día a día con la certeza de que estamos criando a un ser humano feliz y sano, en libertad.
Ese silencio que me recorrió hasta los pies cuando Lisette emocionada, abrazada a su cachorro, nos conto el gran proceso de sanación que implico e implica el ser mamá. En ese momento algo se unió, encajo, despertó. Un proceso de sanación que dura años, porque no tengo dudas que los hijos son nuestros grandes Maestros. Si la vida es un parpadeo y tenemos la bendición de dar vida y ser parte de este proceso mutuo de crecimiento ¿Qué más pedir? Su silencio me conmovió y habito durante horas.
Ese silencio que ahora mismo recorre mi garganta para hacerse agua en mis ojos y recorrerme hasta los pies.
Es el silencio el que mejor habla y nos describe. Es el silencio lo que acompaña la maternidad en los momentos más dulces, como en los más duros, en los momentos de compañía y sobre todo en los grandes momentos de soledad.
Ese silencio con el que acariciamos la panza imaginando como será nuestro cachorro.
Como cuando observo a Nehuén cada noche y descubro, dentro de mi propio silencio, que nunca lo había imaginado tan hermoso, tan sabio y tan intenso como es.

N.P.S    
16-08-12

7 de agosto de 2012

Árbol

Anclo mis raíces en la Madre Tierra.
Pertenezco a ella, soy parte del ciclo de la creación divina.
Me-entrego y confío en mi instinto, suyo.
Expando mis ramas hacia el cosmos infinito poblado de misterios y albor,
suelto mis miedos y permanezco receptiva a la luz y a la oscuridad del cielo
aceptando lo que hay.

Meso, entre mis ramas más fuertes, a mi pequeño retoño.
El latir de la tierra es mi ritmo.
Cierro los ojos y susurro su canción, esa que solo es nuestra y nadie conoce.

Fluye por todo mi cuerpo la savia con la cual alimento al pimpollo más sagrado, ese néctar bendito e integral, la esencia más pura que la Madre naturaleza nos ha regalado
para que los retoños crezcan sanos y felices y puedan, poco a poco, anclar también sus raíces
en esta sabia tierra, querida.

Un camino poblado de arboles en conexión con las estrellas
ese es el sendero que imagino andar, el equilibro en el que intento volar.


N.P.S
07/08/12