Matar el pasado y parir el presente para poder
vivir hoy,
liberada de ese tormento; que no era vida.
- Nadi vos no sos
la misma de antes, sos una mujer nueva – me dijo al final de una larga conversación,
profunda y sabia, como las que solemos sostener vida tras vida.
Y comprendí, así como sintiéndome arrastrada por un
tornado de recuerdos, imágenes y sensaciones, la profundidad de sus palabras y
que realmente hubo un cambio radical y profundo, que ella podía ver provocando
mi asombro.
Ese pasado era por fin pasado.
Quiero decir, que ya no me atormenta cada rincón de
mi vida.
Quiero decir, que los fantasmas han huido, la
oscuridad se disolvió, lo que no fue desapareció, y aleluya, por las sombras
que ya no trepan a mis recuerdos.
Porque a ese dolor lo pinte, lo escribí, lo dibuje
y lo borre para volver a dibujarlo creyéndolo diferente, lo parí, lo mate, lo
sepulte en el fondo del mar pero salía a flote una y otra vez como un tormento
que no me dejaba en paz, insistiendo con una tenacidad implacable.
A ese dolor lo psicosomatize, lo hice catarsis, lo perdí
junto a mis veinte kilos, lo transpire, lo volví taquicardia, pánico, temblor, vomito,
adrenalina, miedo indecible; jamás
vuelvas.
A ese dolor lo lleve a terapia, a tres terapeutas
diferentes, lo traslade a cantidad de médicos aun sabiendo que no sanan el
alma, también lo soñé despierta y dormida, lo remolque enterrado en mis huesos,
en el vaivén de mis pasos, en el crujir de mis huesos, en la tristeza de mis
ojos y hasta en la comisura de mis labios, lo he visto ahí agazapado esperando
la oportunidad, todo momento parecía tentador.
A ese dolor lo exorcice, lo remate y hasta intente
regalarlo, pero no era justo que nadie lo recibiera. Ese dolor era mío y tenía
que ser mío, lo fue hasta las entrañas.
A ese dolor me atravesó de pies a cabeza sin
anestesia ni permiso, fue puntada, calambre, me intoxico hasta el aura, me
habito la sangre, la piel. Si, lo empuje al vacío, intente ahogarlo,
emborracharlo, enterrarlo en el fin del mundo, lo mastique tantas veces hasta
desintegrarlo…pero volvía, una y otra vez, como un desterrado que añora su
tierra.
A ese dolor lo pasee por cielo y tierra, por el
infierno y el paraíso, lo entregue a Dios y al Diablo, lo enterré y desenterré
tantas veces como fue necesario. Viaje con el hasta el fondo más profundo de mi
oscuridad, de mi ser, de mi karma, lo sacudí y lo maree intentando persuadirlo
pero era inútil, no sanaba la herida, seguía brotando como un volcán de
karmas.
Pero por fin, no sé bien como ni
cuando, a ese pasado lo transforme, lo transmute, lo reconvertí, lo destruí
para siempre. Victoriosa, porque comprendí que la batalla era conmigo
misma y quizá por eso deje de luchar con los otros, porque comprendí algo
esencial. Y en medio pude perdonar, aceptar, soltar, comprender desde la
empatía y la compasión.
Haber logrado todo este proceso
que llevo años tiene una magnitud que no puedo poner en palabras, porque no
encuentra la indicada. Volver a mi centro y poder observar objetivamente, como
desde un plano superior, lo que paso en cada ciclo con distancia y desapego me
permite hoy agradecer a cada persona y a mí misma, por haberme entregado al
proceso, con mayor o menor resistencia, pero haberlo atravesado por fin con
cuerpo y alma.
El resultado es equilibrio, es
armonía, es haber perdido el miedo y haberme recuperado a mí misma, haberme
convertido en otra mujer, nueva, transformada, madura desde un lugar diferente
en el que nunca estuve, es una tierra nueva, fértil, donde puedo sembrar sin el
peso del pasado, de lo que no fue, de lo que no hubo. Ya paso, ya no existe, es
una ilusión.
El pasado no se puede cambiar,
pero se puede transformar mediante la aceptación, el conocimiento profundo de
las causas, pudiendo reconocer desde un lugar consiente la responsabilidad que
uno tuvo en los actos y consecuencias, es decir: implicarse.
Soltar ese pasado, usarlo como
trampolín y no como sofá, aprender del él, capitalizar la experiencia y lo que
nos ha venido a revelar y enseñar, usarlo como herramienta para no estancarse
en él mediante la queja y el sufrimiento, es indispensable para poder seguir
adelante en el camino de la evolución y de la calidad de vida.
Porque la vida fluye y cambia
continuamente
y es la única que tenemos.