Recuerdo que una tarde, cuando era aún una niña, le dije a mi tía
cuatro cosas muy serias desde un convencimiento interior que recuerdo patente.
1.
Yo nunca voy a fumar, eso es un asco.
2.
Nunca sería vegetariana, el asado es mi comida
preferida, no podría vivir sin carne.
3.
Jamás seria monja.
4.
Nunca me va a gustar matemática, lo último que
haría seria ser profesora de matemática.
Tendría 9 años, según mis cálculos. No podía entender que buscaba la
gente fumando, todo ese humo, el aliento feo, las manos sucias, la plata
tirada, la salud consumida.
Menos podía entender lo que era ser vegetariano, yo había aprendido que
los animales se comían y era un hábito incorporado (hasta que pude recuestionarmelo desde otro lugar).
Las monjas me producían una mezcla de rechazo y pena, esas mujeres
encerradas, casi enjauladas, ajenas al mundo, santas, después entendí otras
cuestiones más profundas, como es el servicio.
De la matemática puedo decir que fue una materia que me lleve a marzo
desde 5° grado (es cierto) y que me
ha costado muchísimo ¡Soy puro hemisferio derecho!
Sin embargo, ahora con 28, puedo afirmar que:
Fume. Varias cosas de varias formas. No estoy a favor del tabaco, es
una adicción poco saludable desde donde se la mire, pero probé todo lo que
quise, con conciencia.
Soy vegetariana hace más de 5 años, considero que ahora no podría basar
mi alimentación en otro tipo de dieta, es mi filosofía de vida, no me imagino
nutriéndome de otra forma y mucho menos podría volver a consumir cadáveres animales.
Confieso que consulte en la parroquia de mi escuela, cuáles eran las
condiciones para ser monja. Estaba muy interesada, con la utópica idea de
infiltrarme en el sistema y cambiar las cosas desde adentro. El poder de la
iglesia me resultaba injusto, no podía aceptar tanta mentira y perversión. De
chica sentía que tenía que hacer algo y que desde adentro era más sencillo. Fui
toda la vida a un colegio Franciscano con todo lo que eso implica: catequesis,
comunión, misas y parroquia, hermosa por cierto. Recuerdo que sentía una mezcla
de fascinación e impotencia por toda esa institución. Después, desistí. La vida
fue otra y transite otros senderos…es largo el camino.
Si bien la matemática me cuesta, y mucho, la puerta de entrada que me
genero entusiasmo fue la mística, desde la filosofía cuántica, la numerología y
la geometría sagrada, entre otros.
Hace años pinto mándalas donde la matemática es la base principal, así es la
vida. Peleo y me fascino con los números, la regla y los cálculos, pero me voy
amigando de a poco.
Las cosas cambian, la vida cambia, muta, se desintegra, se reintegra,
toma otras formas, los caminos se bifurcan, uno elige o cree elegir muchas
veces, anda y desanda continuamente.
Uno se conoce, se descubre, se pierde y se vuelve a reencontrar.
Lo único que permanece inmutable es el cambio, esa es la verdad.
Todo en este mundo tiene su ciclo, la naturaleza tiene procesos y
ritmos; nosotros somos parte de la naturaleza y también tenemos los propios.
Nunca digas nunca, dice paradójicamente el dicho popular, pero es una gran
verdad. Las certezas que se mantienen a lo largo de toda la vida, son las más
esenciales, es decir las más impalpables y sutiles: confió en esas, no en todo
el resto.
La esencia si permanece inmutable, mientras todas nuestras capas y cortezas se
van cayendo y renaciendo en cada estación, el centro permanece inalterable.
No escupas al cielo porque algo es seguro: te vas a mojar.
No te aferres a conceptos de vos mismo o del mundo, porque nada es seguro ni
eterno. No te aferres tampoco a los conceptos que los otros te imponen acerca
de quién eres tú o lo que creen respecto del mundo, la vida, la tierra y la
muerte. Juzgar, señalar, criticar, etiquetar ¡Todo eso es muy humano! Poder
superar la polaridad y la falsa dualidad para integrar la unidad, es divino.
La falta de apertura mental, emocional y espiritual es uno de los
pecados más tristes, es cerrar las puertas a las posibilidades, a nuevas
sensaciones, a descubrir-se desde la curiosidad más innata que el ser humano
posee, como lo hacen los niños desde su espíritu limpio y su instinto natural.
La resistencia al cambio viene de la mano del miedo y de lo
desconocido. Más vale malo conocido que bueno por conocer, dice otro dicho. No
cambiar es no vivir, no evolucionar, estancarse, morir. Abramos mente, cuerpo y
corazón al cambio, soltar es un ejercicio cotidiano que nos libera del peso que
a veces nos oprime el pecho y nos corta las alas. Es un trabajo arduo, largo y
que implica mucha voluntad, pero de algo si estoy segura ¡es de que vale la
pena!
N.P.S
21-06-13