3 de marzo de 2011

Veintiséis dos de marzo

Y así llega una a los veintiséis. Sin canas, ni arrugas, al menos en la cara.

Con una estatura promedio entre la tierra y el cielo.

Los ojos miran de frente, ya no esquivan lo inevitable.

Uno se para de otra manera, en todos los sentidos, se posiciona en una cuadratura prácticamente “adulta”, como si aquella palabra significara realmente algo.

Recibí, entre tantos regalos, un burbujero que es el mismo que le regale a una niña que cumplió su primer año de vida hace unos días.

Eso, esta diciéndome algo importante.

No perder la inocencia ni el asombro de lo mágico, que por ejemplo pueden causar muchas pompas de jabón multicolores danzando en el aire.

Supongo que de eso se trata crecer, de disfrazarse un poco de grande, de jugar a ser adultos aun cuando disfrutemos de saborear un chupetín mientras jugamos a las escondidas con la muerte.

El que no se escondió, se embroma. Ya sabemos que ahora las cosas son diferentes.

Este cumpleaños fue diferente, me agarro de sorpresa, como si la vida no me hubiera dado tiempo a procesar que los días pasan formando meses y que nuevamente un año nuevo se aproximaba en mis pestañas.

No se si eso es bueno o es malo, cuando uno crece se da cuenta que los juicios de valor son inútiles y que la subjetividad nos atraviesa hasta en el bostezo que nos une.

Es casi imposible desprenderse de las herramientas humanas, como la dialéctica intrínseca en la que siempre caemos, la cual nos es util para sobrevivir en este plano.

Así es la vida, un discurrir de puertas que se abren y ventanas que se cierran.

Un abanico de personas, de experiencias, de luces y sombras.

Pero estoy tranquila sobre todo porque sigo en equilibrio con lo que siempre me mantuvo de pie:

la autenticidad de ser.

N.P.S

02/03/11

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