17 de octubre de 2011

N+O

Cuantos problemas, angustias y estrés nos ahorraríamos solo si pudiéramos poner en práctica más seguida la emisión de una simple palabra de dos letras: NO.

Ese “no” que implica algo tan profundo y fundamental en el ser humano, la libertad.

Cuando somos pequeños aprendemos a decir “no” para ejercer nuestra propia voluntad, complejizandose cada vez más con el correr de los años. Las elecciones más primitivas, así como las más esenciales a veces, se basan también en este vocablo. Y sin embargo a muchos nos cuesta tanto simplemente emitir el “no” ante un pedido ajeno, omitimos más seguido de que lo accionamos. Todos conocemos el poder de las palabras, y el “no” tiene un poder muy especial, demarca un limite, un punto de estancamiento, es como un portazo en algunas circunstancias, un candado invisible. Tiene una energía muy particular, dependiendo del tipo de “no” claro esta, pero yo me refiero a ese “no” que no llegamos a decir y pensamos, pero no logra salir por la boca queda solo a nivel mental.

Muchas veces nos cuesta poner ese límite por sumisión, cuando estamos ante una “figura de poder” ya sea desde el plano simbólico o “real”, otras veces es por vergüenza o por sentir que quedaría mal pero en mi caso la mayoría de las veces es simplemente por pensar demás en el otro. Y esa es la palabra clave que denota un punto de inflexión “demás” porque pensar en el otro siempre me parece noble y humano, pero pensar demás implica esa especie de rendimiento a la que muchos nos auto sometemos por diferentes causas.

¿Por qué permitimos a los otros pasar ese limite? ¿Por qué no podemos enfrentar una situación imponiendo nuestra propia voluntad? ¿Por qué obligarse a hacer algo que uno realmente no desea ya sea por presión social, vergüenza o respeto? ¿Por qué cuesta tanto el “no” a tiempo?

Es complejo de explicar, al menos en lo que a mi respecta, ese punto débil que es una mezcla de compasión y bondad ya un poco ridícula que siento muchas veces cuando no puedo largarlo. Y si estoy hablando del famoso “buenudo” ese papel que tantos hemos protagonizado por no saber responder “no” sin sentir culpa ni pena tras un pensamiento del estilo “bueno, esta bien, por esta vez” o “bueno pobre, le hago el favor”. Considero que cuando un caso lo amerite, cuando es justo y corresponde el “no” no implica una energía negativa, oscura o cerrada como una reja, sino todo lo contrario: libera y expande. Cargar con un peso que no nos corresponde, o sentirnos obligados a decir siempre que si, tampoco es lo más sano. Saber decir que “no” en el momento indicado, y no dejarse pasar por encima, muchas veces podría ayudarnos a andar por la vida más livianos, menos estresados o angustiados por situaciones a las que nos sometemos simplemente por no poder pronunciar tan simple palabra.

Cuando pensemos NO, digamos NO.

N.P.S

17/10/11

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