Poseía varias horas para mí, es decir una tarde y un rato
más para disfrutar de esa soledad tan anhelada que el rol materno ha desterrado
de mi rutina; casi no recuerdo el placer de estar sola.
Me propuse llevar dos libros en mi mochila, Isabel Allende
con “De amor y de sombras” y Liliana Mizhrai con “Las mujeres y la culpa”, dos
mujeres fuertes pero intuyo, solitarias. Llegue con mi bicicleta a aquel café,
era un día soleado y una briza suave recorría mis hombros. Me dispuse a sentarme
en una mesa con mi café y mi tentempié de arándanos, acomode mis pies sobre
otra silla, ya que al estar sola tenía dos vacías que me miraban de frente. Mi
mamá me pregunto repetidas veces si iba a ir sola, hasta que sola se dio cuenta
de cuanto significaba para mí ahora tener un rato de ocio conmigo misma: no
merecía la lastima de nadie, era mi deseo y mi elección (por no decir mi
necesidad). No le huyo a mi propia compañía, la disfruto intensamente. Como
decía, luego de atar mi bicicleta me dispuse a leer, estaba cómoda, el sol caía
sobre mis piernas provocando una calidez otoñal preciosa…hasta que alguien decidió
acompañarme. Su pequeño cuerpo gris, verde y violeta tornasolado iluminado por
el sol se paseaba frente a mí picarescamente. Siempre sentí una conexión
especial con ellas y entonces le ofrecí
comida, intentando hacer buenas migas y ella acepto. Se acercó incluso hasta mi
mano, hurgueteo hasta dentro de la bolsa donde mis alimentos dulces estaban y
entonces arme una especie de límite con los libros y las cosas que tenia a
mano; es decir negociamos y el trato resulto. Yo le explicaba en voz alta como
eran las cosas, ella entendió hasta donde podía llegar y aguardaba, caminando
ansiosa, hasta la próximas migas de aquel manjar. La gente me miraba, la miraba
y sonreía. Algunos sacaban fotos y un señor me pregunto ¿Es tuya?, ¡Claro! - respondí sonriente -. Me pregunto
su nombre pero le dije que aun, no lo había pensado.
Así pasaron algunas
horas y ella no se mostraba dispuesta a irse y yo me sentí acompañada, desde un
lugar extraño, sin ese compromiso molesto en que a veces nos sentimos cuando
estamos con alguien; me sentí libre como si mi soledad tuviera alas. Sin
embargo, cuando comprendió que la comida se había terminado y ya no podía
ofrecerle más nada, hecho a volar. Un tanto apenada, seguí disfrutando mi café
y retomando la lectura que había estado algo lenta o pausada por este episodio.
Ella volvió, una y otra vez y supe que era ella entre tantas porque ya la había
mirado a los ojos; no son todas iguales, eso es un mito. Finalmente fui yo la
que tuvo que irse, me despedí con cariño y entonces si voló y no volví a verla.
Pero esa tarde, cuando el sol ya estaba bajando, alguien si se había despedido
de mí sin previo aviso. No pude volver con mi compañera de dos ruedas, alguien
sin corazón decidió llevársela sin mi permiso por lo cual me vi obligada a
marchar hasta casa con las manos arrugadas y una tristeza sin alas. En parte me
robaron un poco de eso, de mi libertad sobre ruedas y del enorme cariño que
tenia por ella. Esa tarde todo quedo resumido en pequeños episodios que se
sucedieron uno tras otro, la vida misma, las compañías inesperadas, las
sorpresas que la intuición revela y uno
desoye. El desapego obligado, la liviandad, la aceptación de que el ser humano
es el animal más cruel, él no conoce límites...
N.P.S
14-05-13
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