23 de febrero de 2013

Perros a bordo



Una noche un señor muy pasado de copas y otras sustancias, intento subirse abruptamente al transporte público en el que yo viajaba ( línea 67) junto a alguien más, que no era permitido. Toda la situación fue extrema, bizarra, siniestra. Al principio genero miedo, muchos pasajeros se bajaron, el hombre no podía mantenerse en pie, se caía ante cada frenada, apenas lograba hablar y el pantalón caía sobre sus rodillas. Sin embargo quiero rescatar algo o mejor dicho a alguien: su perro, quien lo corrió desesperadamente durante toda la estadía de este sujeto arriba del colectivo. Si, el perro corría al costado del transporte y cada vez que este paraba ladraba desesperadamente por su amo. Los pocos pasajeros que osamos quedarnos a bordo comenzamos a mirarnos sorprendidos, entre risas y comentarios simpáticos por aquel perrito enérgico que inútilmente intentaba alcanzar a su compañero. Cuando el colectivo frenaba, el hombre le gritaba cosas por la ventana y el perro en su idioma, respondía.  Corrió durante muchas muchas cuadras hasta que en algún momento sus fuerzas dijeron basta y lo perdimos de vista. Sospecho que el dueño, pese a su estado alucinógeno, se dio cuenta de su ausencia y decidió arrojarse prácticamente del colectivo rodando por la avenida, sin dignidad, sin coherencia y sin perro. Cuando mire por el vidrio de atrás, logre ver al ser humano corriendo, tras el colectivo, cual perro tras su amo y después, lo perdí de vista. Baje dos paradas más adelante y sentimos, con mi amiga de ojos profundos, la necesidades de avisarle a un policía lo sucedido. Lo del hombre ebrio en medio de la avenida, no lo del perro. Pero valía un relato, fue de película.

Dos semanas más tarde, en la misma línea de colectivo, iba rumbo a mi analista y un perro (o perra) callejero subió al colectivo por la puerta delantera en pleno Belgrano. Camino hasta el fondo y se acomodó entre las piernas de una señora paqueta, en los asientos individuales. A todos nos causó sorpresa y gracia, claro. Una señora, desesperada repetía “hay que bajarlo ahora, se va a perder, después se va a bajar en otro barrio y se va a perder. Espere chofer espere hay un perro, va a perder a su dueño, hay que bajarlo no arranque” decía una y otra vez mientras la mujer que estaba sentada arriba del perro decía por lo bajo “no lo toque a ver si muerde, déjelo ahí mejor, no lo toques” un murmullo constante colmo el colectivo, el debate estaba instalado. La señora intento sacarlo, amablemente, por todos los medios pero no hubo caso. Tras los fallidos intentos, un muchacho comenzó a tironear de las patas delanteras del can, lo tomaba del cuerpo, el perro sutilmente se negaba como poniéndose rígido, pero no gruñía y muchos menos se atrevió a morder, no se mostró agresivo. Finalmente alguien logra bajarlo, no pude ver entre tanta gente, y apenas el perro pisa la vereda y el colectivo arranca, corre nuevamente y entra por la puerta del medio. Todos los pasajeros rieron y emitieron onomatopeyas. Yo sonreí, cómplice.
El perro se acomodó en medio del transporte, en ese hueco grande para discapacitados, se hizo un bulto, se rasco sus partes y se dispuso a seguir viajando. Entre el murmullo recuerdo oír frases como “esta re acostumbrado”, “seguro viaja siempre”, “¿Te saco un boleto?”, “ay, quiere ir a pasear por algún lugar”, “seguro busca al dueño” etcétera. La gente siempre opina, es gratis y además, es humano. Desde mi silencio y observando al perro, pensaba cual era la razón por la cual había vuelto a subir, sentía que el animal tenía un objetivo que no era casual o azarosa su decisión. Entonces, entre tantas risas, chistes y personas que incluso le preguntaban cosas al perro (como si pudiera dar una explicación racional) el chofer paro el transporte, abandono su silla de resortes y desde la vereda comenzó a chiflarle al can y  producir una amplia variedad de ruidos intentando captar su atención y lograr que baje. Tras varios intentos, el perro accedió y por fin, bajo. Heroico, el chofer se sentó dispuesto a seguir el recorrido establecido, pero cuando arranco el perro ya había vuelto a subir, esta vez por la puerta trasera, de manera prácticamente ficticia y una vez más estaba sentado bajo el mismo asiento que la primera vez. Nadie podía creerlo, nos mirábamos como sorprendidos y una mujer preguntaba reiteradamente “¿Quién lo adopta?¿Quién quiere adoptarlo?”. El chofer volvió a bajar por segunda vez comentándonos que el podía tener un problema si el perro mordía a alguien, que tenia que bajarlo. Entonces chiflo, canto, lo intento agarrar, arrastrar, tirar, mover, pero fue inútil. “Déjalo, no nos hace nada” le decía una chica con ternura, “no va a morder es bueno” decía una señora. Parece que el colectivo se convenció, o se cansó, y en un acto de bondad permitió que el perro siga viajando felizmente por nuestra inmensa Buenos Aires. Antes de bajarme logre fotografiar a este ejemplar canino tan simpático y elocuente. Grande, blanco y negro, simpático, tierno perro callejero.
Yo llegue a terapia y en la sala de espera me quede pensando que buscaba el perro en ese colectivo ¿Habría estado el dueño y el seguía el olor? ¿Por qué suponemos que tiene dueño? ¿Sería una hembra embarazada? ¿Estaría herido o enfermo? ¿Era un perro acostumbrado a viajar? Y ahora que relato esto hay una pregunta que no me deja de dar vueltas, casi obsesivamente ¡¿Dónde habrá bajado?! Quizá esa respuesta revele todos los cuestionamientos anteriores.
Historias de perros callejeros en transportes públicos, eso sí que es exótico, pero Buenos Aires da para todo. Y siempre hay algún loco ser humano al que le gusta relatar estas historias, que son de todos y de nadie.

N.P.S
23-02-2013

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