10 de noviembre de 2013

El arte de evitar lo inevitable

Me cuestiono últimamente, de forma continua y honda, porque los finales nos generan tanta angustia.
Cuando hablo de finales, me refiero a todo tipo; desde la muerte, hasta las despedidas, los abandonos, las separaciones, cuando termina una película, un viaje, cuando atardece y cae el sol, lo que se va, lo que llega a su fin, lo que se termina, lo que no vuelve, etcétera. Esto va más allá de lo definitivo e irreversible, porque no todo lo es y sin embargo nos genera una angustia profunda que a veces parece eterna. Esta como institucionalizado a nivel social, casi universal, esto de entristecerse con “el final” de lo que fuera, hasta en las ficciones nos pasa o cuando algo que tenemos se termino ¿No es así? Piensen en su propia vida y en lo cotidiano, en lo micro y en lo macro.

Comprendo nuestra condición humana finita, el apego emocional tanto desde el ego como desde el amor más genuino, estudio apasionadamente la mente humana desde siempre, soy psicóloga, artesana, escritora y sobre todo, soy humana…quiero decir; he vivenciado en carne propia 28 años de una vida intensa, repleta de altibajos y de todo tipo de experiencias fuertes, sé de lo que hablo (no me quedo en la teoría).
Y lo veo, cada vez más, en mis pacientes, en mi entorno, en mis amigas, en la sociedad, en el cine ¡En mi! en todas partes el dolor por la perdida, la tremenda angustia que se entreteje entre los huesos, lo que cuestan las separaciones, lo que contrae una muerte y todas sus secuelas y consecuencias, como nos conmueve el final de todo y a la vez, nos duele. Será la soledad, me pregunto, el miedo a la soledad, el famoso vacío existencial, la sensación de estar desamparados, lo desconocido (que es todo masomenos lo mismo). Si considero que el ser humano no nació para estar “solo” no es nuestra naturaleza la individualidad, fuimos manada, tribu, familia, tendemos naturalmente a agruparnos, no esta en nuestra esencia la soledad…

Sin embargo, me llama la atención como nos resistimos a dejar ir, una persona, una relación, una experiencia, un vinculo, hasta un espacio cargado de recuerdos y emociones como si el fin fuera un fantasma que evitamos, que evadimos, del cual huir. Y siempre el tema es el mismo, la soledad o el miedo a lo desconocido, que en general es la muerte, y la muerte es la soledad o al menos eso es lo que circula en Occidente.
Eso si, cuando la vida nos pone de frente cara a cara con la muerte o con situaciones que suceden, y no podemos resolver o revertir, entonces no queda opción; hay que enfrentarse con el dolor como se pueda, y ganarle, o más bien integrarlo, darle espacio, vivirlo y atravesarlo para poder transformar esa experiencia, capitalizarla, poder nutrirnos de la misma y que nos deje una enseñanza o nos vuelva más fuertes, como sea.

Sin embargo ¡Pucha! ¿Quién quiere soltar, perder, abandonar, separar, dejar, ver morir? Es difícil, mucho más cuando hay apego emocional, miedos, confusión, dudas y la mente pequeña y humana que tenemos se enrosca y todo parece tan complejo y definitivo.
Me pregunto como intervenir en ese punto, en lograr (o intentar al menos) que las perdidas generen menos angustia, o menos consecuencias seria la palabra más correcta, menos secuelas. Lograr amasarla, desarmarla, llorarla, escupirla, ponerla en palabras, en un cuadro, en una canción, en donde sea que uno desee o le salga ponerla, pero hacer algo con todo eso que no repercuta de una forma tan cruda y dolorosa, en la vida humana. Que el dolor es necesario y es parte de la vida, lo sabemos todos, pero sigo apoyando a Buda en esto de que el sufrimiento es opcional y que en cierta medida uno puede elegir que hacer con las cosas que le suceden, a través de las herramientas y capacidades que cada uno tiene, claro. La voluntad, la fuerza interior y un sin fin de factores influyen, es cierto, pero se puede y se debe para honrar la vida y sostener la sensación de felicidad, esa que dura instantes y tras la cual nos pasamos la vida corriendo intentando prolongar ese instantes en un lapso habitual y duradero, que no dependa de nada ni de nadie, sino que persista como un estado.

Me pregunto todo esto porque soy así, como una filosofa de la vida que cuestiona y desarma todo, que lo da vuelta, lo transforma y se vuelve a preguntar sobre el dolor humano y la forma de poder trascenderlo.
A veces me paro a mirar desde afuera y me da gracia, este juego, esta ilusión tan bien armada en la que todos caemos y nos preocupamos ¿Para que? Si estamos de paso, si somos instantes, parpadeos, en la eternidad del Universo. Y sin embargo, nos duele, tan profundo que la noche parece eterna, que uno cree que no va a poder superarlo y se convence, inconcientemente, de que es así. Todo se complica y perdemos de foco el HOY, el presente que es un regalo (por eso se llama presente) y la vida se pasa, el tiempo es finito, porque somos seres mortales. Nos cuesta valorar lo que si tenemos, nos cuesta ver el lado positivo, el vaso medio lleno, todo lo demás que si permanece.

Por ese mismo miedo a la muerte y al fin, nos perdemos la vida ¿Paradojal, no?
Morir es de vital importancia, decía Kubler Ross, sabia...
Vivir adrede, como dice Mario, es lo más importante. Y tener la voluntad de trabajar sobre nuestra conciencia y nuestra capacidad de introspección, que si es bien humana, para transformar los finales en algo diferente que nos angustie menos, para poder disfrutar más de esto que HOY si tenemos, que es nada menos que LA VIDA.

Brindo por estar viva
y por seguir buscando respuestas
Salud!

N.P.S
10-11-13


No hay comentarios.: