18 de julio de 2010

Ser yo misma

Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura.
Porque todos estamos heridos.
Pizarnik 1972


Escribo para que no me suceda lo que temo; o tal vez lo que más deseo.
Asisto a mi propia existencia sin que nadie me haya invitado.
Soy el escenario repleto de criaturas, además de las sillas vacías, acompañadas del sordo sonido ausente que me constituye.
Me aplaudo de pie.
Soy destinataria de mis propias palabras que retumban en el hueco sonido de mis dispares latidos.
Escribo para que lo que me hiere; se resigne.
Para poner una hilera de palabras, entre la muerte y yo.
Para rellenar el vació perforado de mundo.
Yo. Ni Y ni O. Oy.
La coleccionista de ausencias.
La que nunca pide permiso, porque no puede andar por la vida sin tocarla.
La que se hospeda divergente.
La que ama el complejo laberinto de las sombras.
La que se desafía continuamente a ser ella misma.
La que no puede esperar porque la vida no espera.
La que se zambulle de cabeza al interior de todo; y todos.
La irónica, sarcástica y acida.
Agobiada por una identidad fanática.
Aburrida de celebrarse a si misma.
Busca salir de si misma analizándose.
Ahogada en su mismidad.
Inconciente fastidiada por ese infierno; que siempre son los otros.
Conciencia herida que busca alivio para sus males en la conjetura de la incorrespondencia amorosa o en la idea de que siempre se persigue lo inalcanzable; aunque corra más rápido que su soledad.
Una experta de la espera que intenta cultivar la paciencia


antes que la vida cierre la ultima puerta.


Este habito de esperar a quien sé que no va a venir.
De esto moriré, de espera oxidada, de polvo aguardador.
Pizarnik, marzo 1961


N.P.S
17/07/10



Nota: Las oraciones que se encuentran en cursiva, pertenecen al libro “Alejandra Pizarnik, Maestra del Psicoanálisis” de Marcelo Percia, Alción Editora.


Dibujo: Maggie Taylor

2 de julio de 2010

Buenas tardes ¿unayuda?

Cuando uno viaja en tren, hasta Retiro o cualquier destino, generalmente el paisaje, la gente “todo” puede volverse cotidiano y común. Así la inercia nos acostumbra a poner piloto automático, lamentablemente.
O no.
En mi caso, aun no me acostumbro y espero no hacerlo nunca. No es mi naturaleza, justamente, naturalizar lo injusto y lo que no debería ser de determinada manera y sin embargo, lo es. Cada vez que un niño me da una estampita, un repasador o una mirada triste, suspiro profundamente, casi resignada como si esa situación fuera un designio natural que no puede cambiarse, cuando todos sabemos que es una mera construcción social que puede transformarse desde esa misma base, lo social. No me acostumbro a los que andan con una pierna, o con dos pero sin sonrisas. No me acostumbro a los niños colgados de sus madres, descalzos y muertos de hambre, ni a lo barato de sus ofertas, ni a la desesperación de sus miradas en silencio. No puedo soportar volver a ver en el centro un hombre sacándoles pan a las palomas para comer.
Cada vez que saco el boleto del tren, en las maquinas, hay cinco niños pidiéndome el vuelto y a veces uno no sabe realmente que hacer. Si tengo comida encima nunca dudo en dárselas pero darles plata ¿Es realmente lo más adecuado? Ya conocemos el trasfondo de estas circunstancias.
Hace unos días, en el tren un señor contó su historia, compartió con todos los pasajeros su vida y sus más penosas sombras. Luego, paso de asiento en asiento diciendo automatizadamente y con ese característico tono “Buenas tardes ¿Una ayuda?”. Pocos lo miraban, tal vez por estar acostumbrados, o por indiferencia, quizás por vergüenza, o porque algo de ese sujeto los interpelaba; y la gente no tiene ganas de hacerse cargo de nada.
Yo me quede pensando lo difícil que debe ser subirse a un transporte público y contarles a los desconocidos tu situación, la de tus hijos enfermos sin comida, ni educación, decirle al mundo que tenes HIV, o que estas en un espacio de rehabilitación por adicciones. Por un segundo intente ponerme en la piel de esas personas, que tienen que salir a pedir monedas y quien sabe cuantas cosas más, desde su postura y desde todo lo que eso implica. Que complejo debe ser eludir el pudor y en muchos casos la vergüenza de mendigar, de pedirle al resto algo para comer, para comprar medicación a sus hijos, para poder sobrevivir; cuando se supone que es el Estado quien debería garantizar los derechos humanos básicos de cualquier ser humano. Y también nosotros somos responsables, como ciudadanos y como humanos, de no hacer valer esos derechos, de dejar que los vulneren los mismos que nos los dan. A mi me da vergüenza esa situación, no solo porque suelo sentir lo que puede pasarle a ese sujeto allí parado, sino vergüenza porque estas cosas sucedan, a plena luz del día y en la cara de todos. Si, sé que son muchisimas las personas que trabajan por vocación y militancia, lo sé. Pero hay algo más allá de ese trabajo, algo del engranaje social que aun necesita transformarse, más del lado de los supuestos, de los prejuicios, de la mirada distante y opresora.
Y ya sabemos la historia de la comodidad, de que a “nosotros no nos toca” entonces es más fácil mirar para el costado, porque ESO le pasa solo al otro, a mí no. ¿Y el otro acaso no es otro yo? ¿No es ese otro que me compone también? Somos seres sociales, la falsa segregación individualista, que muchos intentan cultivar, nos ha hecho creer que “nada tenemos que ver” con los “otros” que muchos prefieren ignorar. Sostener esa falsa creencia, es realmente una tragedia y el fin de la transformación y la lucha por una sociedad más justa. La verdadera naturaleza del universo es la unidad indivisible aunque no todos puedan sentirlo, atravesados por estructuras manipuladoras que nos alejan de aquella verdad interior que no nos permite acercarnos al otro y a nuestro propio interior.
No me acostumbro a ver en constitución personas caminando con las rodillas porque no tienen piernas, ni a ver cada miércoles a aquella señora mayor tomando agua con pan frente a la estación con un frío que congela la sangre. No me acostumbro a los niños hablando como adultos y trabajando descalzos, cuando deberían estar en la escuela aprendiendo o jugando, siendo lo que son: niños. No dejo de suspirar, no deja de dolerme, no deja de generarme un manojo de preguntas que no puedo responder siempre. No.

Recuerdo una anécdota que aun retumba entre las paredes de mi corazón. En una clase de apoyo escolar a niños de barrios populares, donde se estaban trabajando los antónimos, uno de los voluntarios propone antónimos para libertad. Las respuestas fueron, las más esperadas, represión, esclavitud y demás en la misma línea. Pero fue un pequeño niño, quien levanto la mano en silencio y acoto:
- ¿Pueden ser dos palabras?
- Claro – respondieron los voluntarios a cargo del taller.
- No comer – respondió el niño.

Estas cuestiones son más viejas que esperanza de pobre, me dijo una vez alguien, en tono jocoso. Yo abrí los ojos grandes…esperanza de pobre, fue como una alarma que nunca dejo de sonar.
¿Que verdad más cruda y cruel, que soledad más desolada?
El egoísmo y la indiferencia me hacen perder la fé en el ser humano.
Los pies descalzos y las miradas tristes de los niños que tienen vulnerado hasta el corazón me dan ganas de seguir luchando, resistiendo, con plena conciencia de que cada aporte es una gota en un océano pero que sin esa gota el océano no seria el mismo.

N.P.S
02/07/10

30 de junio de 2010

¡Felicitaciones Licenciada!


No más apuntes resaltados, ni más eternas colas en el CEP. No más viajes, no más nervios, no más el rol de los “sin luz”. La nostalgia por lo que se va se hace notar, lo sé, será por esa costumbre tragicómica de ser estudiantes de psicología en la UBA ¡Con todo lo que eso implica!
Pero es ahora donde el camino se abre, los horizontes se expanden y la vocación se trasluce a flor de piel. Comienza una etapa nueva que seguramente, sé, te produce ansiedad y curiosidad. Un ciclo diferente amanece en tus pies, en tus ojos grandes, en tus manos trabajadoras. Y me colma de emoción saber se reciben seres como vos, con vocación de servicio, con sensibilidad y tacto, con voluntad y esfuerzo. Me enorgullece, y hasta me produce tranquilidad, la sensación de que alguien con tu conciencia sea ya Licenciada y porte una visión de lucha y resistencia, desde un lugar de crítica y reflexión, no solo por tu formación sino también por tu naturaleza. Nunca pierdas el eje, de la singularidad y la complejidad.
Deseo que la vida te dé todos los días motivos para sonreír y que vos también, le sigas sonriendo a ella, más allá de los obstáculos que nos presente.
Mi humilde consejo es que sigas tu pulso interno y que siempre hagas lo que realmente te hace feliz, no lo que los demás digan o lo que se supone es lo correcto o “hay que hacer”. Tenes un gran corazón, y como agentes de cambio y profesionales de la salud, la sensibilidad es un condimento que no puede faltar, creo que compartirás mi opinión. Las teorías y los diagnósticos conviven mejor con los libros adormecidos que con los seres que respirar y luchan día a día. Un abrazo será siempre más terapéutico que cualquier cocktell de pastillas, no hay más medicación para el Alma que el Amor. No hay mejor manera de transformar la sociedad, que uniendo manos nobles y conciencias despiertas.
Gracias por haberme dado la oportunidad de conocerte y sobre todo por darme el espacio para que yo me diera a conocer también. Gracias por no suponer y no prejuzgar y saber leerme, sin palabras.
Gracias por el espacio, la aceptación y las complicidades.
Gracias por ser mi compañera de Molineros y además mi amiga, Romi.
Gracias por tu trabajo, por tu compromiso y por tu esfuerzo.
Gracias por compartir la certeza de que otro mundo es posible, si todos sumamos manos y corazones al mismo ritmo.




¡Te quiero mucho y te abrazo fuerte!
(lo demás te lo dejo flotando)

* Nadi *





17 de junio de 2010

Un año sin Fernando: Un año de vidas

Hace un año murió una manada de seres irrepetibles.
El inocente y humilde Palito murió en manos de la Policía Federal, a causa de un gatillo fácil. Aun no se esclarece el caso ya que un policía dice que “se le escapo un tiro” cuando Palito le había tocado el culo a una piba y al otro se le escapo porque después de limpiar el vidrio de un auto, Palito uso su amada remera de boca para emparejarlo. Pero su gorrita, el equipo de gimnasia y algunos dientes de menos fueron suficientes causas para disparar y apuntar al corazón. Rubén Ramón Sixto Alegre ya no “te va a hacer má el amo´ con la ropa pue´ta”
El verborragico trisexual mexicano, Ricardo Alfredo Ñuñoa Cruz, conocido como Dick Alfredo murió por una sobredosis de cocaína, sumado a unos cuantos tequilas de más. En el mismo cuarto se encontraba un travestí, dos mujeres y un hombre.
La mágica y tierna Milagritos López se acurruco en su mecedora a escuchar un poco de su amada música cubana y así murió, sola entre sones…de viejecita nomás. Probablemente sus últimos susurros hayan sido: tú sabes, que si piensas bonito sucede bonito. La perdida de Milagros Dolores Guadalupe López López, es inmensa.
La adorable y simpatica Cristina Patricia Megahertz, conocida en el barrio como La Mega murió en manos de un grupo de “bravucones” que se creyeron machos por violarla y tirarla en un descampado. Los culpables están prófugos y su legendario pueblo de Canelones pide justicia.
Martin Revoira Lynch murió en el túnel de Avenida Libertador. Parece ser que venia de una importante cena de negocios, donde había bebido algunas copas de más de un fino champagne importado. El auto quedo irreconocible, no se sabe aun si era un Audi o una Ferrari, el cuerpo de Martin salio despedido y quedo intacto, con botox y rolex incluido. Así murió, con la billetera llena pero con el corazón vació. Sus amigos más cercanos no asistieron al velorio, porque tenían cosas más importantes que hacer como esquiar, andar en yate, realizar grandes inversiones entre otras tantas “ocupaciones”.
Mario Modesto Sabino, probablemente el mejor taxista de Buenos Aires, ese abuelito ronco que todos hubiéramos querido tener, murió en el hospital por una gripe estacional. La enfermedad presento desmejoras, por el daño que presentaban sus pulmones a causa del tabaquismo. Dice la enfermera que justo minutos antes de morir hablaba con una mujer. Estercita, le decía al aire y le tomaba la mano. Se ve que por fin se reencontraron...
La vieja peste rosa tomo por sorpresa al cuerpo de Roberto Flores pero el AZT lo había salvado, el virus estaba controlado. Sin embargo, hace cinco días que Roberto no aparecía por ningún lado. Lo encontraron electrocutado en su propia peluquería, parece que andando en patines se enredo y el asunto se puso negro.
El diputado Rafael Orestes Porelortti se suicidio, tras arrojarse a las vías del tren en el barrio de Saavedra. Parece ser que CQC tenia pensado hacer publica una cámara oculta donde por fin iba a develarse la verdadera cara de su campaña, repleta de mentiras, coimas y corrupción donde se observa claramente a Porelortti relacionándose con grupos mafiosos, incluso internacionales, y miembros del estado. Tras haberse enterado de esto, su única solución fue quitarse la vida. Así terminan siempre los que no pueden con su propia mentira.
María Elena Rinaldi, murió junto a su pareja Marilina, cuando juntas intentaban cortar el árbol de la puerta de la casa que estaba levantando el piso. En plena mañana de sol, Maria Elena decidió salir con la sierra eléctrica a cortar el árbol y terminar con el problema. Cuentan que con la transpiración, se le zafo la sierra y se corto una mano. Murió desangrada camino al hospital.
La muerte de Johnatan Bermúdez es todo un misterio. Cuentan los que saben, que se podría haber contagiado de un peligroso virus virtual que anda dando vueltas en la Internet. Lo encontraron muerto sobre el teclado y con la mano congelada sobre el mouse. Aun se investigan las causas.
El respetado Monseñor Lago ha muerto de asfixia en la parroquia donde vivía, según ha comentado Raúl Portal a la prensa. Cuando las Hermanas abrieron cuidadosamente su aposento, varios pequeños niños salieron horrorizados de allí. Monseñor Lago habría ascendido a los cielos tras atragantarse con un pebete. El padre Grassi se encargara de sus restos y el cura Bergoglio dará una misa pasada la medianoche, sin restricciones de protección al menor. Que Dios lo ampare.
Osvaldo Jeringa, uno de los tantos cirujas que vivía sin molestar a nadie en las mugrosas calles de nuestra ciudad, ha sido encontrado con un tiro en la nuca debajo del puente donde vivía. Según comentan los testigos, dos señoras de muy buen pasar, fueron a hacer una denuncia falsa a la comisaría de la zona, alegando que el Sr. Jeringa les había querido robar, cuando todo el barrio sabe que Osvaldo era inofensivo y lo único que pedía eran monedas para comprar alcohol. Apropósito, resulta ser que ambas mujeres habían sido citadas a declarar pero irónicamente, una de las mujeres murió el mismo día de la muerte de Osvaldo. Su nombre era Delia Dora Fernández y estaba acompañada de Lita de Lazzari, su inseparable amiga. Según cuenta Lita, ellas hicieron la denuncia correspondiente pero acota: “nosotras no tuvimos nada que ver con la muerte de ese callejero, la policía hizo lo que tenia que hacer, para eso esta. ”. Y cuenta que luego de aquel incidente, fueron a tomar el té a la casa de Delia y que su nieta puso la película del Che Guevara. Parece ser que a Delia Dora le agarro un infarto y no pudieron hacer nada para salvar su vida. Lita de Lazzari se encuentra muy acongojada y saca un pañuelo de su mano derecha para secar sus lágrimas, en recuerdo de su gran amiga. Lita la recuerda con una sonrisa y dice “Delia quería un país mejor, sin negros, con más mano dura. Fantaseaba con poner bombas en los tachos de basuras para exterminar a los cartoneros”. Pero el corazón no le resistió…una pena.
El conocido sepulturero y su compañero obituarista, Pepe, han sido aplastados por kilos de tierra que por error fueron depositados en el lugar equivocado del cementerio. Gracias a Dios, tanto Pepe como el sepulturero estaban durmiendo en el momento del accidente. Hoy saldrán en los avisos fúnebres de la nación, no se sabe aun quien leerá sus nombres allí.
La acelerada ama de casa Elisa Rufino, extremadamente preocupada por llegar a hacer la cena en el horario establecido, para su marido y sus dos hijos varones, tropezó con el changuito lleno en medio de la Av. Cabildo y fue atropellada por un colectivo de la línea sesenta. Lamentamos que no haya llegado a tiempo para cocinarle a su familia. Generalmente a la gente que vive tan apurada dentro de sus propias limitaciones y estructuras, termina pasándoles la vida por encima.
Y dicen las malas lenguas que quien era intimo amigo de todos, un tal Fernando, se murió también. Yo no creo en la prensa amarillista, creo en lo que perdura en el aire y en lo que late en el interior. Si no somos más que un paréntesis de existencia, entre tanta eternidad que nos contiene de lado a lado.
¡Já que se va a morir ese puto con lo terco que era! Bah…chusmerio barato.

N. P. S

17/06/10

30 de mayo de 2010

Hasta hoy

Mario dice que siempre cuesta un poquito empezar a sentirse desgraciado, sin embargo no logro rechazar esa puta manía de mis días más oscuros. Tal vez sea hasta hoy, simplemente hasta hoy, como si mañana al despuntar el día podría ser otra mujer, sin recuerdos enredados en mi pelo, ni fracasos en mis pies.
Hasta hoy cree y recree el amor.
Hasta hoy creí que valía la pena apostar a ese bendito sentimiento que todo lo gobierna sin escrúpulos, sin pausas, sin medida. Ese sentimiento que nos pasa por arriba y nos devora desde adentro.
Hasta hoy me invente estrategias, tácticas, alternativas, vidas. Reinvente al amor en todas las versiones y capítulos posibles. Cambie el final de los cuentos, gaste mi sangre en cada hoja creyendo que de esa manera escribía una historia diferente.

Claro, hasta hoy fue siempre la misma ilusa.

Hasta hoy siempre aposte a la transformación radical, a inventarme una verdad sin más patas que la sinceridad y la nobleza de mi pulso interno.
Hasta hoy elegí enfrentarme al espejo, a mis rincones más siniestros, a mi otro yo.
Aun así, nunca falta ese otro que sopla todo el mazo de cartas en nuestra cara dejándonos solos en una esquina de escombros marchitos y sueños congelados.
Nunca falta esa persona del otro lado, participe de otra realidad, de otro cuento, con otros finales posibles que nunca son escritos de nuestro puño y letra. Esos finales que no advertimos, que no contamos, que nunca tuvimos en cuenta…por que soñamos más de lo que vivimos.

Hasta hoy mis pronósticos, si bien eran inestables, también eran claros. Siempre intente llenarlos de brillo, de esperanza y de calidez cotidiana. Incluso, cuando la realidad era la prueba más fehaciente del avance irrefrenable de las sombras y el aniquilamiento total.
Hasta hoy puse mi mayor esfuerzo en revisar todas y cada una de mis actitudes, en hacerme cargo de mis errores, de mis zonas más mugrosas.
Hasta hoy deje mi orgullo de lado, mil noches en velas, para ofrecer mi mano y mirar a los ojos, buscando una conexión más allá de las pobres palabras.
Hasta hoy me permití perdonar y aun más, pedir perdón cuando era necesario e incluso cuando no lo era, solo para que las cosas tomen otro contraste.
Hasta hoy intente tomar nuestra vida entre mis manos y responsabilizarme por el pronostico de una relación a la que aposte desde un principio, impulsada por una chispa que se había encendido en medio de una soledad implacable. Una chispa que tal vez, nunca existió, pero que yo bien supe inventar. Y lo más trágico de todo es que me convencí de que eso que brillaba entre el espacio que nos dividía, podía crecer hasta fusionarnos. Pero no pude, pero no pudiste, pero nunca pudimos.
Hasta hoy intente acercar tu sombra a mi sombra para que puedan iluminarse entre si y solo logre que aun se oscurezcan más.
Hasta hoy tuve en claro que no necesito que me sobre ni que me falte, simplemente que me alcance.
Hasta hoy luche e hice todo lo que pude hacer, di todo lo que tenia para dar y entregue hasta aquello que tal vez, no debería haber entregado. Mi cuento más soñado, mi sonrisa, mi libertad, mi humilde intención de amar. Pero nunca falta ese que anuncia un pronóstico gris, lleno de truenos e inundaciones. Siempre alguien del otro lado amenaza con envolvernos el corazón y abandonarlo en cualquier esquina a la intemperie de las sombras y la sombría incomunicación. Y entonces, como hoy, el miedo de apodera de nuestras entrañas, palpita rápido el corazón y los ojos se pierden entre recuerdos, complicidades y miles de manos que intentan sostenernos pero no lo logran. En estos momentos de caída libre, no cuesta prácticamente nada sentirse desgraciado. Sentirse inhumanamente solo aunque estemos rodeados. Caminar sobre el precipicio de la muerte, provocando alguna sensación que nos anuncie que estamos vivos y que valemos la pena, aunque ese otro nos de la espalda y nos haga sentir pequeños e inútiles, vacíos y desgraciados luego de haber entregado todo. Aunque ese otro se pierda en la neblina matinal para ya nunca volver y dormir en el cajón de los recuerdos bonitos, después de un tiempo.
Hasta hoy lo intente todo, pero hoy dejo de intentar escribir un cuento que se cerro para no volver a abrirse porque ninguno de los protagonista supo nunca donde se perdió esa llave que alguna vez soñamos poseer.

¿Cuántas veces es necesario caer para no volver a levantarse?
¿Cuántos fracasos puede soportar una mujer sobre sus tristes huesos?
¿Cuánto más se puede herir a alguien cuando se hace sin tener conciencia de ello?


N.P.S
30/05/10

21 de mayo de 2010

Desbordada

Un secreto me acompañaba, en aquella tarde nublada de un diecinueve de mayo del año dos mil diez. Un conflicto, una elección, un discurso a desplegar frente a mis jefes. Una decisión tambaleante, un devenir psíquico. Durante el viaje en tren, harta Retiro e incluso todo el cien, me mantuve pensando como y cuando decírselos. Estoy donde estoy por propia elección, nadie me obliga, no es protocolar, no es requisito para aprobar nada, es mera voluntad…pensaba, dialogando conmigo misma.
Pero llegue. Vi el hospital Borda una vez más frente a mí. Ese mismo bloque de cemento y hierros oxidados me interpelaba una vez más, a gritos, apuñalando mi esperanza y potenciando mi sensibilidad. Esa puerta que tantas personas trae a mi presente, tantos momentos, años, etapas. La primera vez que conocí el hospital tenia 19 años, y Angie me acompañaba en esa aventura de conocer “el psiquiátrico”. Luego ¡las cosas fueron tan diferentes! En ese entonces cursábamos el CBC y estábamos convencidas de que podíamos cambiar el mundo. Ahora, con 25 años, ya casi licenciada estoy convencida de que Angie lo ha cambiado y de que yo puedo seguir haciéndolo.

Entre, erguida y segura de lo que tenía que ir hacer y decir, pero cada vez más insegura y dubitativa tras cada escalón que me conducía hasta el cuarto piso del pabellón central. En ese lugar el tiempo se detiene, el espacio te asfixia y les juro que las paredes no dejan de hablar. Aturde el silencio de sus miradas, el lento paso de su andar, el olor a pis, a humedad, a cigarrillos fumados una y mil veces. Llegue sin aire, como siempre, pero ya casi sin ninguna decisión…también como siempre. Golpee con cuidado la oficina donde Alfonso y Ana charlaban amablemente. Ambos se sorprendieron al verme, sus sonrisas también me interpelaron “Hola Nadia, tanto tiempo, te extrañamos” acoto Ana sonriente. Tanto tiempo habían sido quince cortos días, en medio de tanta inexistencia manicomial. Y como de costumbre amaneció el día, las responsabilidades, los conflictos, los pacientes y las ridiculeces de algunos profesionales aun más desequilibrados que cualquier ser que habita este hospicio. Gente, mucha gente en nuestro espacio. Manos, dedos, papel, agua, ojos, miradas, suspiros, música y humo de cigarrillo. Servicios, intervenciones, junta de psiquiatras y psicólogos con guardapolvos blancos y esa misma sensación de vacío e inequidad en cada rincón olvidado. Los que se fueron, los que persisten, los que nunca volvieron, los que ya no están. Todo se mezcla y fusiona dentro y fuera de mí, cuando camino por esos largos pasillos helados, mientras retumba infinitamente el compás de mis pies, sincronizado con sus Almas.
Y con el pasar del día, si es que el día pasa allí adentro, mi decisión se diluyo entre papeles artesanales, miradas cómplices y actividades cotidianas. No, no podía irme ese espacio me pertenecía, una parte esencial de mi pertenece a ese espacio. No se puede separar lo indivisible. Y entonces comprendí que no era momento de soltar manos, que no era momento de preservar nada propio, que no era una etapa finalizada, sino parte de un proceso que no tiene final: el de la experiencia profesional y humana ¿Acaso existe algún momento de conexión interpersonal donde dejemos de aprender? Si, las instituciones trascienden lo individual y encima, crean subjetividad. Ya no me cabe ninguna duda de aquella sentencia que a veces tanto pesa en nuestras espaldas.
Ya las miradas me resultan familiares, los abrazos de cariño, las palabras dulces, la labor comunitaria.
No, nada había terminado para mi, mucho menos para ellos que todo el tiempo intentan recomenzar.

La voz casi imperceptible de Aldo, habla siempre a los gritos o será que escucho de más. Aldo tiene miedo de “salir afuera” hace diez años esta internado y aunque tiene posibilidad de conseguir el alta, se niega a poner un pie fuera de los jardines del hospital. Ni siquiera podemos convencerlo, diciéndole que vamos a comprarle esos lentes que tanto necesita para poder ver mejor. Aldo no quiere salir.
Mientras, las manos artesanales de Carlos, crean autonomía y comunión. La alegría de Tere, sus palabras personales y el color de su energía, iluminan el espacio. Mis estrellas en las ventanas, los pasillos en movimiento, la terquedad de algunas enfermeras y la ilusión de todos, insisten en que cada día sea un día diferente. En el que el trabajo se viva de otra manera, el que el acompañar sea tan sutil e imperceptible, que parece pasar desapercibido cuando en realidad es la esencia del proyecto, del servicio. Uno nunca sabe bien cuando es que se fusiona con un espacio, pero si puede comprender cuando es parte del mismo, cuando no puede desprenderse de una atmósfera que esta entretejida en cada célula de nuestro cuerpo y de nuestra energía vital. No, no era hora todavía. Como León dice, tengo confianza en la balanza que inclina mi parecer.
Todo para todos, ellos me necesitan y yo necesito de ellos, en una retroalimentación simultanea y equitativa que no promueve asimetrías, ni jerarquías estandarizadas. No importa quien corta hoy, quien cocina mañana, importa que todos somos útiles y que aunque a veces nos de la sensación de que las manos sobran, siempre es importante tener en cuenta que no es necesario que sobren, ni que falten, sino que alcancen. Para que todos podamos retornar felices al final del viaje, hacia nuestro hogar. A ese Hogar con mayúscula del que todos provenimos y al cual todos nos marchamos.
Sé que vale la pena el esfuerzo, levantarme en invierno cuando es de noche aun y estoy enrollada entre tres frazadas, esperar el tren a Retiro y viajar como ganado e incluso disfrutar de un paseo en soledad por el centro porteño, a bordo del cien. Vale la pena el esfuerzo, porque uno siempre puede aportar aunque parezca pequeña la ayuda, para los seres despojados de derechos, desprovistos de amor, de compañía, vale la pena.
El esfuerzo toma otros matices cuando uno puede brindar la palabra justa, el abrazo a tiempo, la mano compañera, la mirada profunda. Claro que vale la pena entonces enfrentarte a uno mismo, sobre todo. Replantearse las practicas, nuestros roles dentro y fuera del hospital. Hablo de rol profesional y del rol humano en el mundo, considero que todos tenemos uno, aunque no todos lo hayan sintonizado, es cuestión de mover la antena hasta captar la señal. Es inconfundible, no se puede trasmitir con palabras; simplemente se sabe.
Más aun cuando los horizontes no son ya tan lejanos, ni tan utópicos. Cuando podemos sentir el suelo tambalear bajo nuestros pies, ese suelo que creíamos de cemento y ya no lo es. Eso, también nos motiva a construir la transformación social de la que somos parte. Vale la pena el esfuerzo cuando se unen las palmas y se entretejen las ilusiones.
Considero que la vocación de servicio si bien es innata, se construye y alimenta a diario, con voluntad, con esfuerzo, con dedicatoria, desde adentro y para siempre. No se trata de trabajar para el otro, de construir y reconstruir para el otro, sino con el otro, para todos. Ese todos del cual también uno mismo es parte esencial, como un engranaje más de transformación y cambio.



No, no era el momento. Y tal vez nunca lo sea.
Quiero seguir inventando mundos con ellos.


N.P.S
21/05/10