5 de abril de 2011

Llena de nada

Tengo tantas ideas juntas en la mente y tantas sensaciones en el corazón que no puedo escribir. Para un escritor no hay infierno peor que no poder escribir. No salen las palabras, no se vuelcan las ideas, no se decodifican los sentimientos.

Nada.

Un vacío alterador rompe la calma, hay un escándalo mental que no cesa pero tampoco puede transcribirse ¿Qué hacer entonces? Estos son los momentos en que deseo ser más sencilla, más práctica, menos profunda y existencialista. Me indigna ser tan expansiva, absorber todo, amar tanto, ser tantas. Por eso desbordo de ideas, que no puedo escribir, de imágenes que no puedo pintar, de melodías que no puedo tocar. Me invade la ansiedad hasta en los huesos, una sensación interna de caballos desbocados urge en mi interior ¿Qué es lo que me acelera? ¿Por qué la necesidad de comunicar? ¿Cómo exorcizar todo esto que hoy no tiene nombre?

Y no hablo, aunque lo parezca tal vez, de cuestiones negativas de sombras y fantasmas.

Hablo, sobre todo, de luces y destellos, de experiencia y existencia. Percibo una atmósfera misteriosa a la espera de una sutil señal que aun no comprendo.

Hay algo que comenzó a crecer, muy lentamente, en un lugar lejano que me pertenece.

Pero llega la noche y el tiempo se acaba, quisiera poder no dormir y estar despierta el resto del día, como si hubiera descansado. Hoy soy de las que opinan que dormir es una perdida de tiempo y que para el descanso, esta la muerte. Es que no me va a alcanzar la vida para materializar todo esto, para contar, para decir, para dejar la huella impresa, no me alcanza. Necesito más horas, necesito más soles, más manos y menos corazón para no sentir tanto. Necesito poder de síntesis, necesito más soledad aún, necesito dejar de necesitar sobre todo.

Pero nada.

Me siento frente a un monitor exhausto de mi presencia literaria y pretendo que las cosas broten, justo ahora que estamos en otoño. Así me siento, como un árbol cuando queda desnudo por el viento. Una idea saca a bailar a otra, esa a otra y así sucesivamente se generan cadenas de ideas que no confluyen en nada. Es el vacío el que habla, el silencio de un Alma, que no es el silencio de la paz mental sino, ese silencio que esta lleno de ruidos, preguntas, incógnitas y desaciertos.

Nada.

Perforar el vacío es imposible, otros vacíos hay detrás. Lo intente, aunque sea imposible. Es como si fuese una procesión de vacíos. Uno termina sin encontrar más que eso.

Nada.

Y si le sumamos una I curiosa que se asoma: Nadia.

¿Cúal es esa I que falta en mi vida? ¿Qué es la nada sino parte del todo? ¿Cómo saber si ese vacío no contiene todo el resto? Es curioso como un vacío, genera un exceso. Amo las paradojas o ellas me aman a mí, aún no lo sé. No se nada hoy.

Pero intuyo que del vacío nacen las posibilidades, que de esa nada hay un gran todo latiendo, dispuesto a tomar forma en el silencio. Todo lo que nos habita, contiene al vacío. Y nosotros también, albergamos al vacío del Universo.

En definitiva creo que es el vacío del mundo el que me satura con sus ruidos.

Necesito sintonizarme con el silencio de los espacios infinitos, de los que habla Pascal, esos que antes me producían terror y hoy añoro.

Siempre consigo entender las cosas simples después de que me enrosco con las complicadas, diría Brida.

N.P.S

28/03/11

No hay comentarios.: