¡Dios mío! – exclamo él.
Yo reí, cómplice, desnuda.
Pensaba en esto de que “Dios”
aparece en momentos extremos, ya sea en el polo del placer o en el polo de la
angustia, él esta ahí. Quiero decir, en momentos donde no media la razón, donde
el impulso comanda y las palabras son balas o plumas.
Sale disparado de nuestra boca tras una ola de mariposas,
salta desde la punta de nuestra lengua hacia el abismo, casi
instintivamente…sucede.
A lo mejor sea cultural, si, la cuestión que siempre aparece filtrándose en el lenguaje.
A lo mejor sea cultural, si, la cuestión que siempre aparece filtrándose en el lenguaje.
Susurrando, a veces, lleno de ira, otras tantas.
Invocar a Dios en situaciones que resultan extremas para la
mente, para la psiquis, esto es lo que me convoca.
Ahí, donde no hay palabra, donde el lenguaje no llega, donde
el suspiro, la caricia, la profundidad de una mirada, habla.
Ahí, donde no hay significante aparece Dios, exclamando,
maldiciendo, justificando, completando lo indecible, esos puntos suspensivos
que nos ahogan.
En el momento del orgasmo, en el momento de la muerte, que
es casi lo mismo.
En el asombro ante las maravillas de este mundo y ante el
espanto más profundo, también aparece Dios, como si fuera creador o destructor
de lo que estamos observando.
En el amor, en el odio, en lo terreno y en lo divino; ante
la falta de palabra lo evocamos, casi como si fuera un llamado o más bien, una
ofrenda o un agradecimiento, incluso.
¡Dios mío! decimos y yo pregunto ¿Es nuestro? ¿No éramos
nosotros de él? ¿No es lo mismo acaso? Será el Dios personal de cada cual,
probablemente hasta los ateos lo nombren, incluso cuando acotan “Gracias a Dios, soy ateo”.
Fallidos y lapsus, llenos de Dios, de Dioses, de pronombres
posesivos. El inconciente debe rebozar de Dios.
Nuestro Dios, ese Dios interior que pronuncia el placer, que exclama la furia de lo injusticia, que se debate entre la luz y la oscuridad.
Nuestro Dios, ese Dios interior que pronuncia el placer, que exclama la furia de lo injusticia, que se debate entre la luz y la oscuridad.
El significante que no tiene inscripción en el inconciente
¡Dios mío si las palabras pudieran delimitarte!
N.P.S
28-03-2014
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