Tengo diez minutos y diez mil cosas que hacer.
Me siento a escribir, apurada, ansiosa, como se vive.
Como a veces, vivo.
Las palabras no llegan, un mar de sensaciones, emociones
y cosas que no
puedo nombrar, me revuelve por dentro.
Me despeinan, me dejan sin aire.
Escucho a mis pacientes, atenta, los miro a los ojos.
Me escucho, lo escucho y a ella también, observo.
¿Por qué todo es tan complejo y delicado?
La fragilidad del ser humano, de esta cáscara que nos envuelve,
La fragilidad del ser humano, de esta cáscara que nos envuelve,
me preocupa, me interpela.
Si somos amor en esencia, si esa es nuestra naturaleza
¿Como puede ser que “todolodemas” logre sepultar lo que
realmente somos?
Escucho mis palabras, las repienso, me escucho desde todos
los lugares posibles, o que al menos, conozco.
Ese observador interno, que mira con distancia y escucha con
objetividad, escucha al mundo, el ruido del mundo moviéndose y a la vez,
escuchando también…por momentos es bastante enloquecedor. El ruido mental, me
repite el siempre, el famoso ruido mental.
Las relaciones humanas parecen ser complejas, siempre.
Ruidosas.
¿Será así o es parte de algo cultural, de un hábito
aprendido o adquirido?
Evolucionamos, revolucionamos, al amor, a la muerte, a nosotros mismos, al mundo, al arte, hasta a Dios y sin embargo…hay días en que el mundo parece no girar, en que las personas están tristes, apagadas, grises. Se respira tensión, quietud, hay algo que no se mueve. Son días en que resulta imposible comunicarse desde la esencia, no hay conexión, todo parece estático, inmóvil, frío.
Evolucionamos, revolucionamos, al amor, a la muerte, a nosotros mismos, al mundo, al arte, hasta a Dios y sin embargo…hay días en que el mundo parece no girar, en que las personas están tristes, apagadas, grises. Se respira tensión, quietud, hay algo que no se mueve. Son días en que resulta imposible comunicarse desde la esencia, no hay conexión, todo parece estático, inmóvil, frío.
No podemos siquiera, mirarnos a los ojos…siquiera, ese
bendito milagro.
Ocultamos nuestra alma por miedo, es el miedo el mayor
enemigo del amor.
Lo veo en mis pacientes, lo veo en ella, lo veo en el, lo
veo en mi y lo veo en mi propio hijo de solo dos años. El miedo, paraliza,
condiciona, oscurece. Crece como las raíces de un árbol y va tomándonos
sigilosamente, casi sin que nos demos cuenta.
Me siento a escribir, apurada, ansiosa, porque no se donde
quedaron mis espacios, mis encuentros con el mate y los libros, mis noches de
café, sahumerios y una pila de escritos y libros que suspiraban, mirándome. Que
suspiraban…
Termino de escribir, menos apurada, no han pasado ni diez
minutos.
Es hora de ser madre, siempre es hora. El desafío es
conectarme con mi esencia, con LA fuente y poder disfrutar desde ahí,
aprendiendo, es decir recordando, que el tiempo es solo mental.
Que así sea.
N.P.S
06-03-14
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