6 de enero de 2010

Regalo de Magos


Un fuerte viento anuncio un día diferente en mi interior. San Fernando, estación Virreyes. Bolsas, colores, juguetes, peluches, nena, nene, unisex. Nosotros. Ellos. Todos. Internación, pasillos blancos e infinitos, sala de espera, gente, niños, llantos, viejos, bebes. En dos patas, en cuatro, sin piernas, en silla, volando. Turnos, colas y colas de personas esperando…siempre esperando que alguien oiga su vos.
Miradas distantes, miradas de auxilio, miradas cargadas de odio, pero sobre todo miradas cargadas de dolor. Es como ver cada puñalada, cada sórdido grito, cada propia jaula dentro de su mirada, y fuera también. Guardapolvos blancos, baberos, estetoscopios, mamaderas. Y más pasillos interminables.
La sonrisa alada de los más pequeños siempre me eleva y salva. Miradas tiernas empatizan con mi niña interior que juega picara en mis recuerdos y la característica ternura hasta en sus pestañas, me acaricia el corazón. Pequeños habitantes ya, de las sombras a pesar de sus pocos centímetros. Ojos tristes, piel descalzos, fue imposible no respirar tanta desesperanza en cada baldosa. Y justamente, por eso me es inevitable no regar esperanza en cada semilla, no sonreír ante cada lágrima o gesto indiferente. Es necesario reflejar la luz y contagiar la chispa porque estoy convencida de que si brillamos juntos, brillamos más. Porque todos somos polvo estelar y seres de luz, en envases humanos. Detrás del disfraz que llevamos, no somos más que lo mismo. Y aunque la resignación camina por sus poros, y yo pueda palparla, no es más fuerte que la esperanza y la intención de transformar al menos ese “aquí y ahora” que es lo más sagrado que tenemos. Con voluntad e intención no hay imposibles, no hay sombras…todo se diluye y florece.
Maternidad. Llantos, seres recién llegados al mundo, una atmósfera de energía volátil y el característico olor a rosas, pero mezclado con aroma a “hospital”. Todas las paredes, pasillos y cuartos abarrotados de mensajes que eternizan la llegada de un nuevo niño al mundo: “Acá nació Pedro, 3,480 kg”. Un sin fin de nacimientos anotados por doquier, me dio escalofríos. Fue como observar un cementerio, pero de Almas que llegan a este cielo y a este infierno, que elegimos habitar.
Causalmente, yo tenía las dos bolsas de regalos para dos “niñas discapacitadas” internadas. Antes de entrar al cuarto de una de ellas, a dejarle su regalo correspondiente, una enfermera acoto “es neurológica” dejando muy claro en esas dos palabras, un universo ridículo y perverso que nunca voy a comprender. Dos palabras que tienen más poder y peso que el derrumbe interior que me produjeron. Pero entre, porque no comparto ni creo en ellas, el amor es el pulso que me guía. Cuando pase a obsequiar el segundo regalo, otra vez “…la nenita que tiene parálisis cerebral” acoto nosequien, con un tono incompatible. A palabras necias, oídos sordos ¡Más aun cuando lo esencial es invisible a los ojos! por eso proseguí la marcha. Y otra vez las inscripciones en las paredes, las miradas distantes, las sonrisas compañeras y la inabarcable sensación de existir y ser útil en medio de tanta resignación. Servicio de HIV, un pequeño jugando solo: “Mira –dije susurrando- los reyes magos te trajeron esto para vos”. Los ojos grandes buscando la mirada cómplice de su madre y una inminente sonrisa tímida, acompañada de un dulce beso en mi mejilla. Ese es el mayor regalo que los reyes pudieron hacerme. Ellos me obsequiaron su inocencia y su sonrisa ¿Qué más puedo pedir? Sin duda soy una afortunada, los niños me han obsequiado una vez más, su Magia.
Así crecen las alas, brotan las raíces, se unen las Almas y el mundo vibra al unísono elevando la conciencia y la intención de pertenecer a un mundo mejor, de ser parte del cambio que tanto anhelamos en nuestra más pura esencia.
Que así sea.

¡Gracias a todas las semillas que afianzan mis raíces!

N.P.S
06/01/12



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