31 de julio de 2009

La presente eternidad

…una luz me elevo, el calor mi invadió, el pulso se acelero y una sensación de paz interior invadió cada célula de mi ser. Ya no sentí el peso del cuerpo, ni del mundo, sobre mí. Flotaba en una nube de luz multicolor que me transporto hasta allí, un lugar difícil de describir. Había llegado al cielo, por nombrarlo de alguna manera. Ahí estaba, en ese lugar donde todas las Almas regresan. Ni cielo, ni infierno, un lugar unánime para todos los seres.
Ni San Pedro, ni Dios, ni Satán. Muchas Almas, igualdad ante todo y un recibimiento emotivo.
Comencé a caminar en aquel antiquísimo lugar. A la sombra de un árbol estaba Mario, escribiendo. Me emocione al verlo y corrí tímidamente, lo abrase y sentí la eternidad en sus letras. Don Mario, le dije, al fin puedo abrazarlo y felicitarlo. El me miro, simplemente me miro y eso valió, más que mil palabras. Me regalo un poema, inédito, que nunca podré revelar. Y me dijo que no me salve, ni ahora, ni nunca, y yo sonreí cómplice. Después de todo él siempre tuvo razón, el secreto era mirar hacia arriba.
Proseguí ansiosa mi camino, el lugar estaba superpoblado de gente. Me cruce a Michael Jackson quien enseñaba a bailar a los más pequeños, que lo miraban anonadados. Un hombre alto de cabellos coloridos, me sonrió con su mirada, e hizo mover mis pies con su alegría cordobesa, los Ángeles tocan cuarteto no quieren tocar el arpa. Me emociono su presencia, y su energía es tal cual siempre imagine. Le mostré mi paloma, su paloma, lo invisible. Nos abrazamos, muy intensamente y no hizo falta decir más nada. Rodrigo, tal cual siempre lo había sentido en mí.
Estaba muy expectante y decidí seguir mi camino, había mucho por conocer y no sabia cuanto tiempo me quedaba.
Ni siquiera sabia como había llegado allí, pero ahí estaba y había que aprovecharlo.
Encontré una biblioteca gigante y decidí entrar ¡Como no! Miles de millones de libros, el olor a madera característico, mezclado con humo de pipa y otras yerbas. Tantos personajes juntos me dejaron paralizada, no sabia que decir, a quien abrazar primero, a quien elogiar después. Los pasillos parecían infinitos y en una gran mesa estaban Alfonsina, Alejandra, Olga, Julio y otros más. Debatían acerca de literatura y yo los observaba con muchisimo respeto desde la otra punta. ¿Qué decirles? Los tenia ahí y no podía creer lo que mis ojos veían. Tantos años leyéndolos, conociéndolos, identificándome y ahora su presencia me dejaba muda. La penetrante mirada de Alejandra, las arrugas de Olgita, el aroma a mar de Alfonsina y los poemas nuevos que fue a buscar, y por fin encontró. Me acerque en puntitas de pie, todos me sonrieron amablemente, invitándome a ser parte. Entonces, tome asiento. Me sentí muy cómoda y pase quien sabe cuantas horas o días, en aquella biblioteca celestial. Allí todos los grandes escritores de la historia de la humanidad permanecían eternos e intactos. Un verdadero paraíso para los amantes de las letras, como yo. Alfonsina me regalo de puño y letra, mi poema preferido de ella y cuando me lo obsequio ambas dijimos a la vez: empatia, y sonreímos. Es increíble la sincronicidad de las mentes humanas.
Pero un buen día sentí que tenía que seguir mi camino, entonces me despedí de ellos, y solo fue un pequeño adios en este paréntesis de eternidad que es la vida. El clima era templado y las horas no parecían pasar, el tiempo y el espacio definitivamente son creaciones terrenales. De repente, una mano tomo mi hombro…y casi sin saberlo, ya pude percibir su energía. “Bienvenida pisciana” me dijo Kurt y ya no pude contener el llanto. Tiro su guitarra y un intenso abrazo nos acurruco por varios minutos. Sentí que el corazón se me iba a salir del cuerpo, no podía creer su belleza, su energía, su hermosa sonrisa. Era él…años soñando con conocerlo, años leyendo sus biografías, escuchando su música, añorando este momento. Me llevo a un viejo bar, y ahí pasamos horas conversando y hasta incluso me canto en vivo y a capela, something in the way. Deseo concebido, pisciano hipersensible, un Alma noble que irradia compasión y amor. Seguramente Kurt, ya llego al Nirvana. Nos despedimos cuando él me dejo en la puerta de un campo poblado de flores y pájaros, porque sabia que yo tenia que conocerlos. Comencé a caminar por aquel interminable campo verde, de fondo una maravillosa orquesta ambientaba el espacio. Allí estaban, Mozart, Bach, Beethoven, Chopen…la piel de gallina no tardo en aparecer. Y de pronto, los vi o más bien, los percibí. Alrededor de una gran cascada estaban ellos. La Madre Teresa, Mahatma Gandhi, Albert Einstein y un sin fin de seres volátiles, de Maestros que nunca en mi vida creí poder conocer. No sabía que hacer, que decir.
Pero no hizo falta decir demasiado, porque con solo mirarnos yo podía escuchar sus pensamientos en mi mente y viceversa, y así nos comunicamos. Una inmensa sensación de paz y eternidad invadió mi Alma y en parte, pude comprender muchos misterios que la vida nunca supo responder. Bese las manos de la Madre Teresa, mientras Gandhi me obsequio unas bellas túnicas blancas, luego de pronunciar unas palabras en un idioma que desconozco, pero comprendo. Y entonces supe que era tiempo de seguir. Agradecí y marche. Aun a lo lejos podía observar el halo de luz blanca que envolvía a todo ese grupo de seres espirituales. Volví al lugar donde había visto a Kurt por última vez, pero él ya no estaba allí. Camine hasta que encontré una plaza de incontables hectáreas. Poblada de fuentes, flora y fauna el lugar era mágico, definitivamente no pertenecía a este mundo. Y enseguida entendí que ese era el lugar donde toda la gente mayor, entre ellos abuelos y abuelas, pasaban sus días. Había músicos, miles de mesas con señoras jugando a la canasta, al buraco y miles de otras con señores jugando a las cartas. Tejo, bochas, pintura, tejido y un sin fin de actividades. Se respiraba allí juventud y sabiduría. En una mesa estaba él, mi nono jugando a las cartas con Nino, su cuñado. Hablaban en italiano y compartían una gran picada. En otra mesa, estaba mi abuelo escribiendo, rodeado de literatos anónimos y cuando nos miramos, pude comprender muchas cosas. Salude también a mis tías, Pina, Graciela, la tía Blanca y su pureza, la tía Ema, Dorita y su gran humor, y el tío Rubén escribiendo de las suyas. Y así, comencé a encontrar abuelos de amigos y amigas que mandaban saludos, parejas de ancianos que son un ejemplo y un sin fin de anécdotas incontables. Y descubrí algunos animales propios y ajenos en aquella plaza eterna. Ciro y Uru ronroneaban al unísono, Carlita, Daisi, Oz, Nala, Crazy, el Napo y Malena jugaban entre ellos como una gran jauría fraternal. Me fui con el corazón rebalsado de amor.
Perdí la noción del tiempo y cuando levante la vista estaba en la puerta de una galería repleta de bares, una conocida música sonaba a lo lejos, entonces decidí acercarme. Y si, eran ellos. Un escalofrió recorrió mi cuerpo al verlos y oírlos, y después de un largo rato pude sentarme. John y George daban un concierto y lo demás, es imposible de explicar con palabras. Solo puedo decir que todo lo que siempre escuche sobre ellos, es cierto e incluso se queda corto. La dulzura de John me enamoro por completo, su mirada sincera, su sensibilidad a flor de piel…y la sabiduría de George que enseñaba sin palabras. Un show, inolvidable.
Salí de aquel bar, prácticamente, flotando y tarareando cada canción hasta que la bocina de un auto me sorprendió. “Subí” gritó. Cuando me asome, ahí estaba él, tal cual lo recuerdo. Luis, el mejor amigo de mi padre, el padre de mi prima. “No puedo creer lo grande que estas” me dijo y yo ya tenía los ojos llenos de lágrimas. Me llevo a recorrer algunas cuadras de eternidad, era imposible conocerlo todo. Charlamos durante horas, de la vida allá y de la vida acá. Nos reímos, lloramos, recordamos, mientras compartíamos café, el fumaba entusiasmado y me escuchaba atentamente. “Bájate acá, hacele caso al pisciano” me dijo. “Sentate en el fogón y escucha a quien habla, tiene grandes historias para contar yo sé que te va a gustar”. Y entonces, me baje después de despedirnos con un calido abrazo. Un fogón gigante, muchísimas personas alrededor y un hombre de barba y boina, simpático y amplio, reia enseñando. ¡Ernesto Che Guevara! Si, era él. Habano en mano y una presencia única. Me senté a escucharlo con los ojos brillosos, hasta quedarme dormida con el vaivén de sus palabras y el calor del fogón. Cuando desperté, ya no había nadie. Apenas algunas brazas y su energía que aun permanecía en el aire. Me resulto raro, pero todo era extraño en este lugar. Todavía entredormida, comencé a caminar dirigiéndome sin rumbo preciso. Llegue a un teatro, parecía vacío, pero algo me impulso a entrar. Grandes telones violetas bordados con estrellas y unas escaleras inmensas conducian al inmenso escenario. A medida que iba bajando, mi alegría iba creciendo. Se escuchaban carcajadas, una música muy alegre, un vozarrón viril y una vocecita aguda.
Eran ellos. Inconfundibles.
Angita y Fernando estaban ahí, solos en la eternidad de las tablas. Ella tenía la nariz de mandarina, tules multicolores y su risa característica inundaba el ambiente de felicidad. Fernando estaba ridículo y hermoso, como siempre. Medias de red, pollera escocesa y un saco de pana negro. Aun no habían notado mi presencia…y yo ya no podía contener las lágrimas de alegría y la ansiedad de abrazarlos por toda la eternidad. Se escuchaban miles de voces arriba de aquel paraíso, pero eran solo ellos dos. Parecían miles de Almas, de pieces, de manos, de corazones, pero eran solo ellos dos. Nobles y amplios, Ángeles y guerreros. Cuando estaba a unos metros percibieron mi presencia. “¡¡¡Men, nos viniste a visitar!!!” Grito Angie. “Te estábamos esperando” acoto Fernando con su sabia mirada y su gruesa vos. Apenas subí al escenario Milagritos Lopez me dijo “Si piensas bonito sucede bonito…tu sabes, niña” y todos reímos a mandíbula batiente. Había algunas personas en las butacas, Juan Castro, Jorge Guinzburg, Adolfo Castelo, Pablo Ronco, los padres de Fernando y su adorada abuela, todos los abuelos de Angie y algunos valientes más que se animaron a ir a verlos.
Finalmente, los tres nos fundimos en una esencia invisible e indivisible que nos ha unido tal vez,
por varias veces o por toda la eternidad misma. Siempre lo supe y ahora lo sé.
Note que el telón comenzó a bajarse y las últimas palabras de Fernando fueron las mismas que alguna vez supo decirme en aquel teatro: Si comprendes, totalmente comprendes. Y entonces, respire profundo.
“Siempre estoy con vos, siamesa. Se fuerte, sé que vos podes.” Me dijo Angita con su suave vocecita.


Pero la función termino y en medio de tanta felicidad un sobresalto inesperado me condujo nuevamente a la vida terrenal, en este envase que me toca habitar, con este vestido de mujer que algunos conocen como Nadia.
Desperté entonces en la soledad de mi cuarto, con el corazón repleto de huellas, de mensajes, de enseñanzas. Con los ojos salados y el Alma luminosa. Y acá estoy, escribiéndole al mundo para que alguna vez el mundo, me escriba, si es eso posible.
He vuelto y aun no se, si todo ha sido un sueño, un viaje que Dios me ha regalado o simplemente la fantasiosa creación de una niña que se cree escritora.
Lo que importa es que estamos acá: vivos y que la vida es hoy. Y que tenemos que tomar real conciencia de vivir el presente y el momento oportuno, porque el tiempo no vuelve hacia atrás, porque el tiempo no existe y porque somos seres espirituales viviendo una experiencia humana, no cabe duda de eso, estoy cada segundo más convencida. Lo que aun es una gran duda en esta existencia es si soy este ser humano escribiendo sobre aquella vida espiritual o ese ser espiritual escribiendo sobre esta vida humana.

La realidad es una ilusión y la vida es un sueño.
Hazlo realidad, me susurra la Madre Teresa.

N.P.S
31/07/09

1 comentario:

Anónimo dijo...

simplemente hermoso...
sos una gran escritora!
te leo muchas veces y paso por todos los estado y creo q eso es lo mejor.
besos!