23 de abril de 2009

Del Mar, La Lucila

Una infancia espumosa
y una adultez inminente.

Hoy me siento en un banco nuevo de una plaza vieja que me vio crecer. Acá todo parece secretamente inamovible, misteriosamente intransmutable. Mi propio padre me ha heredado, por sangre y por espíritu, esta arena y esta pasión irracional por un lugar perdido en el Mar. Y yo, siempre, lo ame como él.
Ahora mas aun…ahora que soy lo que soy y sobre todo ahora; que soy quien soy.
Observo nostálgicamente a los niños en las hamacas y oigo sus inocentes risas. Me veo entonces bajando de toboganes, inquieta, con la misma timidez que siempre me caracterizo. La plaza de La Lucila, mi plaza. La arena sigue igual con los mismos pequeños caracoles de siempre, que se te enredan en los pies.
Los árboles son muchos, más viejos, más altos, pero muchos al fin. Ceferino no es el mismo de antes, pero es Ceferino. Las luces redondas de la plaza alumbran las Almas de cada pasajero que llega a la Terminal, justo enfrente de la plaza, justo enfrente de mi casa.

Las calles ahora están asfaltadas, pero no contaminadas como el cemento urbano. El silencio y la tranquilidad permanecen eternos, y cada tarde escucho las campanadas de la iglesia de enfrente que anuncian que el tiempo no para (aunque no exista, ellos creen que si).
Acá la vida es diferente, e incluso la muerte también lo es. Mientras me desarmo entre los párrafos de Ernesto escucho los mismos pájaros de siempre, los que acunaban mis tardes cuando usaba chupete.
Cuando el chirrido de las hamacas cesa y los árboles dejan de respirar, lo escucho a el. Es mi hogar quien me habla y entonces, mi corazón palpita. Oigo suavemente su vaivén salado y casi por instinto camino hacia el. Llego al muelle por Rebagliatti, cada paso me es familiar. El muelle sigue de pie, albergando pescadores, espuma y sueños. Algunas cosas cambian, pero son detalles imperceptibles frente a la inmensidad del Mar.
Con un pie en la arena y otro en el cielo, soy un manojo de recuerdos.
Me acuerdo de mi pala roja con un pez adentro, mi balde verde y mi rastrillo. Siempre fui demasiado propensa a armar castillos de arena, aunque después el Mar subiese y me los desmoronara. Eso me enseño la vida, que siempre hay que construir aunque un viento fuerte arrase con todo, aunque el agua te llegue al cuello.
Hay que construir igual.
Hay que mirar para arriba y salvarse.
Por un segundo le doy la espalda al Mar, subo los medanos y dejo, por un rato nomas, la playa lejana.
Llego al centro ¡No puedo creer que despelote y las brujas sigan existiendo! Están ahí desde que tengo conciencia, o memoria o lo que sea que me hace recordarlos. Incluso en la vieja capilla esta noche toca “Doble Chance” la última vez que los vi era una adolescente enamorada y tenia dieciséis años.
Parece que el tiempo se ha detenido en este lugar utópico…¿habrá?
Giro y vuelvo al Mar, escucho su fiereza enjaulada y no puedo resistir, nunca puedo. Me fusiono con su locura, con su armonía y con su profunda enormidad. Me siento en la arena y lo observo, y la espuma se llena de preguntas. Mis pies ya no son tan pequeños, las huellas son mas profundas, la mirada es mas añeja
¡Como pasan los años, Oh Mar! ¡Si pudiera abarcar un tercio de tu inmensidad!
Me paro y camino hasta tú borde, Mar. Hoy estas salvaje y gris, me pregunto cual de todas las injusticias de este mundo te habrá indignado. Me dejo despeinar, sumisamente, por tu aire tormentoso y tu aroma salado.
Me hundo en mi misma y miles de fantasmas me rozan la piel.
Eh crecido Mar, he cambiado y soy igual.
Siempre este lugar ha sido especial para mí. Un oasis en el desierto, un recorte de emociones, una luna de recuerdos. La unión del bosque y del Mar y la compañía volátil de tu aroma. Cuando me marcho de acá, siempre me siento más grande. Definitivamente este sitio transmuta mi energía y me enfrenta en cada esquina con la imagen de mi infancia. Ahora que mi adolescencia ya casi acaba, con fecha de vencimiento, en una semana exacta. Ahora que piso la adultez y tengo miedo y ganas también de ir a jugar en la misma calesita que hace años acuno mis sueños.
Uno nunca termina de crecer si lo que late siempre es joven, y menos aun si el universo es tan infinito y helado.

Miro mis pies y me desbordo, intentando inútilmente pisar mi propia vida, para que no se me vuele.
Me pongo la nariz, camino de frente y miro hacia arriba. Su ropa me acompaña, estoy habitada por ella.
La vida siempre se encarga de procurarme algunas respuestas y siempre el doble de preguntas.
Quizá el mar me responda o tal vez mi altura no alcance. A lo mejor me encuentre sentada en el mismo árbol donde soñé hace 20 años, que hoy iba a estar acá, escribiendo esto y siendo esto. Le sonrió a mis manos y abrazo el infinito. Estoy donde quiero estar.

N.P.S
23-02-09

En La Lucila del Mar

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